Si Escuchas Su Voz

Allanar El Camino Del Señor

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Uno de los personajes importantes del Adviento es Juan el Bautista, precursor del Mesías que viene a preparar el camino del Señor. Juan Bautista aparece en escena como un tipo extraño, vestido de un modo que hoy llamaríamos “extravagante” (Cf., Mc 1, 6; Mt 3, 4), pero que con su palabra congrega a multitudes en el “desierto” y a orillas del Jordán. El Bautista no utiliza ningún “lenguaje diplomático”, ni busca caerles bien a todos. La voz del Bautista en una voz que cuestiona, interpela, invitando a una auténtica conversión (Cf., Mt 3, 4-12).

Las autoridades religiosas de aquél tiempo, estaban confundidas con respecto a la identidad y misión del Bautista, por ello le enviaron a una comitiva para preguntarle ¿Tú quién eres? Juan se definió como la “voz que grita en el desierto: allanen el camino del Señor” (Jn 1, 23), de este modo se aplica a sí mismo lo dicho por Isaías (Cf., Is 40, 3). El Bautista reconoce no ser el ‘Mesías’ (Ungido), sino el que viene a preparar el camino, él no es la luz, sino testigo de la luz, es decir: testigo de Cristo, verdadera luz del mundo. En efecto, Jesús mismo nos dice: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas” (Jn 8, 12). Jesús se refiere a Juan Bautista como alguien que es “más que un profeta” (Cf., Lc 7, 26), que “de entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc 7, 28).

A nuestro alrededor estamos habituados a escuchar tantas voces que ‘gritan’ para dirigir nuestras conciencias y acciones en una determinada dirección: para presionarnos a comprar un producto, para convencernos de sus ideologías; voces que buscan manipularnos y hacer que no pensemos por nosotros mismos sino que actuemos como otros piensan. Con frecuencia nos podemos dejar llevar de esas voces que entran a través de los distintos medios de comunicación. En medio de tantas voces desorientadoras hay una voz que clama en el desierto: es la voz del evangelio, es la voz de la Iglesia que nos advierte de los caminos equivocados que no permiten encontrarnos con el Señor que llega.

El Papa Francisco, con un lenguaje directo, fiel a la verdad del evangelio, ha cuestionado severamente falsas visiones de la realidad, el egoísmo, el consumismo, una “economía de la exclusión y de la inequidad” que se olvida de los pobres (Cf., Evangelii Gaudium, 53); el “fetichismo del dinero”, la “cultura del bienestar” que anestesia; así mismo la tentación dentro de la Iglesia de una “mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia” (Evangelii Gaudium, 93). El Papa ha señalado con toda claridad que los pastores deben pronunciarse, y pueden emitir opiniones, sobre todo aquello que afecta al ser humano, la misión de la Iglesia no puede ser reducida al ámbito de lo privado, o limitada a la “salvación de las almas” sin ninguna influencia en la vida social y nacional, pues la acción evangelizadora “implica y exige una promoción integral de cada ser humano” (Cf., Evangelii Gaudium, 183). La postura del Santo Padre ha generado, en quienes se sienten seriamente cuestionados, algunas actitudes de rechazo. El Papa, obviamente, no habla para la tribuna, para congraciarse con todo el mundo, sino por fidelidad al evangelio. Recordemos la palabra de Jesús: “¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues lo mismo hicieron vuestros padres con los falsos profetas” (Lc 6, 26). El hecho de ser cuestionados por ciertas personas o grupos de intereses puede ser una muy buena señal, podría significar que somos fieles a la misión. Cuando todo el mundo habla bien de nosotros, en realidad, deberíamos preocuparnos, pues es imposible agradar a todas las personas. La Iglesia no puede dejar de proclamar la verdad sobre Cristo y sobre el hombre, defender el derecho a la vida (rechazo al aborto, eutanasia y pena de muerte), el respeto por la dignidad inalienable de la persona humana, no importa que esta voz suene en el desierto de la indiferencia y aumente el número de detractores.

Cada cristiano tiene que ser también la voz profética que señale el camino para encontrar a Jesús. Mucha gente, tal vez, preferirá hacerse eco de otras voces: la voz de la moda, la vanidad, el confort, el vicio. Es importante que no falten voces como la de Juan el Bautista que nos señale el camino correcto, aún cuando esta voz no sea escuchada. Es importante también que la Iglesia, y cada cristiano en particular, tenga la actitud humilde de Juan Bautista. Cuando aparece Jesús, el Bautista lo señala diciendo “a Él es a quien tienen que seguir”, pues “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30), y discretamente se retira de la escena.

La Iglesia nos invita a preparar los caminos del Señor. ¿Qué significaba “allanar el camino”? Se trata, en el fondo, de un llamado a la conversión, implica “rectificar nuestros caminos”, limpiar el sendero, quitar de nuestra vida todos los obstáculos que impiden o limitan el encuentro con Jesús. Esto supone la toma de conciencia de que no estamos viviendo como el Señor quiere, no estamos dando los frutos que espera de nosotros. El cambio, aspecto esencial de todo proceso de conversión, no puede quedarse en meros “buenos propósitos”, en “buenos deseos del corazón”. El deseo de cambio personal tiene que expresarse en actitudes bien concretas. La gente que se sentía interpelada por la palabra del Bautista le preguntaba ¿Qué debemos hacer? No se trata sólo de reconocer que estamos mal, que somos pecadores, es necesario plantearnos el qué debemos hacer. El Bautista les respondió de modo muy concreto: “el que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3, 11), es decir: la señal de que hay un sincero propósito de cambio está en el compartir con el otro. También nosotros tenemos que preguntarnos ¿Qué tenemos que hacer? La respuesta es, sin duda, cumplir la voluntad del Señor: vivir la justicia, la solidaridad entre todos nosotros, ponernos al lado de los pobres. Es “hora de repartir las túnicas” para que no se apolillen, aliviarnos de tantas cargas pesadas que llevamos sobre nuestros hombros y salir ligeros de equipaje al encuentro del Señor que viene.

El adviento es una invitación a esperar con alegría la venida del Señor. No solo se trata de la alegría de la Navidad, sino también de la alegría de su segunda venida. Esperamos con alegría su venida porque con ella llega nuestra liberación, la realización de todas nuestras esperanzas. La exclamación “Ven Señor Jesús” debe expresar nuestro ferviente anhelo y alegría de encontrarnos con Jesús que llega. Nuestra alegría será mayor si estamos preparados para ese encuentro.