Arzobispo Romero, el Defensor

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La beatificación, ya próxima, del arzobispo Óscar Romero ha inspirado a muchos católicos de los EE.UU. Para hacer la reservación de vuelo a El Salvador para asistir a la ceremonia que se llevará a cabo el 23 de mayo en San Salvador.

Este evento, ya de largo tiempo esperado, también les ha recordado a muchos católicos y a otras personas de otros grupos religiosos que le habían pedido en aquel tiempo al gobierno de los EE.UU. que cambiara su política de acción con el gobierno salvadoreño antes y después del asesinato del arzobispo Romero, que fue muerto a tiros mientras celebraba Misa, en 1980, en la capilla de un hospital en San Salvador.

Durante la década del 1970, los EE.UU. pusieron atención a los levantamientos políticos en Centroamérica. Entre los factores que determinaban decisiones de política de acción estaba el temor de que la Unión Soviética ganara influencia apoyando regímenes comunistas, como se había hecho con Nicaragua después de la revolución Sandinista. A los Estados Unidos les preocupaban mucho los movimientos populistas que sucedían en Honduras, Guatemala y El Salvador, dijo Tom Quigley, exconsejero de política exterior sobre asuntos latinoamericanos y del Caribe de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

Era una política de acción impulsada por la Guerra Fría, le dijo Quigley al Catholic News Service. Los analistas del Congreso y de la administración temían que los países de Centroamérica seguirían el ejemplo de Cuba que se había convertido en satélite soviético, después de la revolución de 1953-59, dijo, y que los soviéticos ganarían cabeza de playa en las Américas.

Cuando el entonces obispo auxiliar Óscar Romero fue arzobispo de San Salvador en 1977 la gente creía que apoyaría a la clase dominante de El Salvador; sin embargo, se destacó como campeón a favor de los pobres y crítico imparcial del gobierno de quien dijo que había legitimizado el terror y los asesinatos.

El nuevo arzobispo se opuso fuertemente a la intervención militar de los EE.UU. y a cualquier ayuda dada al gobierno que consideraba opresor, a pesar de que tampoco sentía afecto por los grupos rebeldes.

“Cuando muchos católicos pedían cambio de la política de acción de los EE.UU., citaban a Romero”, dijo Theresa Keeley, historiadora de relaciones exteriores y religión y profesora visitante asistente de la Universidad de Georgetown.

Los obispos de los EE.UU. y su personal de política de acción escucharon al arzobispo Romero y empezaron a cabildear en salas de su propio gobierno para que dejara de mandar ayuda militar a El Salvador, dijo la Señora Keeley.

El entonces arzobispo Joseph Bernardin, quien era presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, dio a conocer una amplia declaración en el mes de julio del 1977 sobre la persecución en contra de la iglesia en Centroamérica. A eso le siguió un testimonio ante el Congreso en favor de la Iglesia, ese mismo mes, que se enfocaba principalmente en amenazas en contra de la comunidad Jesuita de El Salvador, después del asesinato del padre jesuita Rutilio Grande, dijo Quigley.

A pesar de que los obispos de los EE.UU. se habían inspirado con las acciones del arzobispo Romero, durante sus tres años en su cargo como arzobispo de San Salvador, se indignaron mucho por su asesinato y se unieron para estimular a los dirigentes de su país con mayor fuerza para que se cambiara el curso de la política de acción en El Salvador, dijo Quigley.—CNS