Si Escuchas Su Voz

El Significado de La Ascensión Del Señor

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Uno de los artículos de nuestra fe dice que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso. La liturgia celebra este acontecimiento de la historia de la salvación en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, festividad que se remonta al siglo IV; pero, ¿Qué significado, qué importancia, tiene para nosotros esta celebración en el tiempo pascual? Para comprenderlo tenemos que recordar el hecho de la resurrección y la primera venida del Señor, a los cuales la ascensión está estrechamente unida.

El tiempo pascual tiene como acontecimiento central la resurrección del Señor. La resurrección significó la glorificación del cuerpo del Señor. Según los relatos bíblicos, Jesús, después de su resurrección, permaneció un tiempo con sus discípulos, a quienes se hizo visible, durante cuarenta días comió y bebió familiarmente con ellos, los instruyó sobre el Reino. “La última aparición de Jesús termina con la entrada definitiva, irreversible, de su humanidad en la gloria divina, simbolizada por la nube (…) y el cielo” (Catecismo de la Iglesia N.° 659). El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cf., Hech 1, 1-11) nos relata ese episodio: “Los discípulos lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista” (Hech 1, 9). Obviamente, no debemos entender ese relato en sentido literal, sino teológico. “Subir al cielo” es un lenguaje metafórico utilizado para expresar la entrada definitiva en la gloria divina.

La ascensión es la prolongación del acontecimiento de la resurrección, la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en la gloria de Dios. La ascensión está unida también al hecho de la Encarnación (la primera venida del Señor). Sólo el que salió del Padre puede volver al Padre. Dice Jesús “Nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13). La humanidad, por sus solas fuerzas, no habría podido jamás tener acceso al Cielo, a la plenitud de la vida, a la felicidad. Sólo Cristo ha podido abrir ese acceso, ese camino al hombre para que pueda encontrarse con Dios.

El apóstol Pablo señala que Jesús resucitado se sentó a la derecha del Padre en el Cielo (Cf., Ef 1, 20). Cuando profesamos que Jesús está “sentado a la derecha del Padre”, queremos decir que recibe el honor y la gloria de la divinidad; así mismo, “sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del Reino del Mesías” (Catecismo de la Iglesia, N.° 664). “Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente” (Catecismo de la Iglesia, N.° 666).

San Pablo compara a la Iglesia con el cuerpo humano; según esa comparación, Cristo es la cabeza y nosotros somos los miembros (Cf., 1Cor 12, 12ss; Ef 1, 23). Ahora bien, la unidad del cuerpo exige la unidad de la cabeza con los miembros, de tal modo que donde está Cristo también debemos estar nosotros. San Agustín, al comentar el hecho de la Ascensión, dice que Jesús bajó del cielo por su misericordia (en su encarnación); pero con su ascensión ya no subió solo, pues se llevó consigo a la humanidad. Cristo está a la diestra del Padre corporalmente. El deseo del hombre de llegar hasta Dios se ve cumplido, y esperamos también nosotros estar algún día con Él, pues somos miembros de su cuerpo que es la Iglesia. La resurrección y la ascensión no son sólo el triunfo de Jesús, es el triunfo de la humanidad entera, la realización de las promesas de Dios.

No debemos entender la ascensión como el alejamiento del Señor, como si Dios se hubiera ido dejándonos a nuestra propia suerte; todo lo contrario, como ya lo hemos dicho, la ascensión significa el triunfo de la humanidad que es exaltada hasta la diestra de Dios, es una mayor cercanía de Dios. La ascensión no es la partida de Dios, como si Jesús, después de cumplir una misión, se regresase abandonándonos. No se ha ido sino que ha cambiado su modo de estar presente. Ya no lo podemos ver de un modo físico, como lo vieron sus discípulos en su vida terrenal; pero, Él sigue estando con nosotros. Jesús dice a sus discípulos: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Jesús, pues, está con nosotros, nunca se ha marchado; la ascensión no es la partida de Jesús.

Dice San Agustín, en uno de sus sermones: “Él ha sido elevado ya a lo más alto del cielo; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Y también: tuve hambre y no me disteis de comer” (Sermón 98, sobre la Ascensión del Señor, PLS 2, 494-495). Jesús, pues, subió sin alejarse de nosotros. Él cuando vino, por primera vez – dice San Agustín –, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros al volver al cielo.

Pensar en la ascensión como la ausencia de Cristo en el mundo resultaría muy peligroso para el compromiso cristiano. Tal vez alguien podría pensar: como Jesús ya no está, se ha ido al cielo y no sabemos cuándo vendrá, podemos organizar nuestra vida contando con esa ‘ausencia’; pero Jesús nos dice “Yo estoy con ustedes todos los días”, es aquí en el mundo donde tenemos que descubrir la presencia de Jesús, es aquí donde tenemos que encontrarlo, porque Él no está lejos de los que lo buscan con sincero corazón; Él ni siquiera espera que lo busquemos, Él mismo nos sale al encuentro cada día. No podemos, por tanto, cruzarnos de brazos esperando una segunda venida o prepararnos sólo para esa segunda venida. Lo que tenemos que hacer es no evadir ese encuentro con el Señor que nos sale al paso cada día: en el pobre, el necesitado, en todo hombre que sufre y que no es reconocido en su dignidad de persona.

“¿Qué hacen allí plantados mirando el cielo?” (Hech 1, 11) dijeron los dos ángeles a los discípulos que vieron ascender a Jesús. Es la hora del compromiso, es la hora de la misión. Jesús les promete a sus discípulos la venida del Espíritu Santo para constituirlos en testigos del Señor, en enviados a testimoniar al mundo entero la salvación obrada por Jesús.