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Fanatismo e Intolerancia Religiosa

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Todo aquél que vive una determinada confesión religiosa creerá, obviamente, que esa religión es la verdadera, o que al menos propone el camino más adecuado para alcanzar la salvación. Ese sentimiento de pertenencia e identificación con la propia religión es normal; pero, cuando se llega a pensar que se trata de un único camino y que todos los otros caminos están absolutamente errados, entonces estamos en la línea del fanatismo religioso, a un paso de la intolerancia.

El fanatismo conlleva a una defensa y seguimiento pasional, carente de todo sentido crítico, a una persona (líder o fundador) o institución, a una doctrina (política, religiosa o de otra índole). Los fanáticos suelen ser, muchas veces, personas inseguras con sentimientos de inferioridad. El fanático busca compensar su necesidad de seguridad puesto que no es capaz de manejar la incertidumbre, por ello es fácilmente captado por quienes le ofrecen la respuesta a todas sus dudas, con mayor razón si le dicen que esas respuestas provienen de Dios a través de sus mensajeros.

Últimamente Francia ha sido víctima de ataques terroristas de grupos fundamentalistas que dicen profesar una fe religiosa (de una rama radical del Islam Suní) y pretenden expandir el llamado Estado Islámico (EI), autoproclamando un califato para “todos los musulmanes del mundo”. El grupo islámico radical controla territorios de Irak y Siria y pretende extender su “Guerra Santa” a todos los confines del mundo. Los países occidentales afectados por los atentados terroristas han respondido rápidamente con bombardeos a los bastiones de los extremistas; pero, nos preguntamos ¿Una respuesta puramente militar podrá tener éxito en la lucha contra el terrorismo de raíces religiosas? No olvidemos que para esos grupos radicales “morir por la causa de Dios” es algo deseado y buscado, pues están absolutamente convencidos que si mueren en esas circunstancias tienen asegurado el paraíso. Desde luego, el fanatismo intolerante puede venir de diversos lados, también del mundo occidental. Nos encontramos ante personas que han renunciado a toda crítica de sus postulados religiosos, tienen la certeza interior de estar en posesión de la verdad absoluta, y están dispuestos a morir por eso. En ese caso la religión se ha convertido en una ideología generadora de una “falsa conciencia” o “conciencia alienada”.

El canon de la razón y el canon de la fe, si bien se distinguen, eso no significa que están en oposición. Razón y fe, finalmente, tienen un mismo origen. El Papa Juan Pablo II, en la Encíclica “Fides et Ratio” (“La Fe y la Razón”, 14 de septiembre de 1998), ha señalado con claridad la relación entre ambas. Allí se nos dice, de entrada, que “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

No puede haber contraposición entre fe y razón sino complementariedad, lo cual es expresado en la antigua máxima: “Fides quarens intelectum, intelectus quarens fidem” (“La fe busca ser inteligida, y el intelecto busca la fe”), o dicho de otra manera: “Credo ut intellegam, intellego ut credam” (“Creo para entender, y entiendo para creer”). Dios no nos puede pedirnos algo absurdo o contradictorio, o que anulemos nuestra razón para creer. “Una fe auténtica busca la inteligencia de los misterios, así como un sano ejercicio de la inteligencia aprovecha ampliamente la luz de la fe. En efecto, sólo una fe inteligente, consciente de sí misma y de sus razones, puede fundar adecuadamente la opción de vivir según el Evangelio. Solamente un estudio iluminado por la fe, deseoso de conocer cada vez más a fondo a Dios, puede llevar al encuentro con Cristo, dar solidez a la vocación y preparar para la misión” (Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a los Rectores de Universidades y Centros de Investigación Franciscanos, Castelgandolfo, 19 de septiembre de 2001).

La fe no puede ser nunca contraria a la verdad. De ahí que, como señala el Papa Francisco, escrutar la realidad en toda su riqueza nos lleva a encontrarnos con la verdad, que es fuente de unidad para todos los hombres;  “la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia” (Lumen Fidei, 34). En ese sentido, como señala el Papa, “la fe despierta el sentido crítico”, llevando al científico a ir más allá de sus propias fórmulas e hipótesis de trabajo, pues la realidad no puede reducirse a las posibilidades del conocimiento científico; así mismo, no se puede hacer teología sin fe, pero tampoco al margen de la razón y la actitud crítica. Cuando la religión pierde el sentido autocrítico entonces se cae en el fanatismo e intolerancia religiosa. Por otra parte, también el hombre de fe tiene que aprender a lidiar con la incertidumbre, con las dudas, como dice el Papa Francisco: El creyente debe tener presente que “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar” (Lumen Fidei, N.° 57).

La certeza es propia del sujeto y, como tal, puede ser una “falsa certeza” cuando no se corresponde con la verdad y la realidad. Si lo que afirmamos se corresponde con la realidad entonces decimos que hay verdad (verdad del juicio) y si no se corresponde entonces decimos que es falso. Lo ideal es que tengamos certezas fundadas en la verdad real. La historia demuestra que con frecuencia los hombres han vivido de certezas que luego se demuestran como falsas; y, esto sucede en todos los ámbitos del conocimiento. De ahí que nuestras certezas deban ser sometidas a algún tipo de control (además del canon de la razón). Un antídoto contra los fanatismos es cultivar el espíritu crítico de nuestras propias convicciones y saberes; así mismo, una dosis de duda metódica resulta siempre muy saludable.

En el ámbito religioso no se trata de dudar de la autoridad de Dios (que, por definición, “no se engaña ni nos puede engañar”), sino que, en ciertas circunstancias, hay que tener una actitud crítica ante quienes dicen obrar con “la autoridad de Dios” o ser sus portavoces. La obediencia ciega e irracional a los líderes religiosos puede resultar sumamente peligrosa. El problema aquí no consiste poner en duda la revelación divina y los designios de Dios, sino en identificar que tal o cual cosa sea realmente un “designio de Dios” o expresión de su voluntad. Quien, por ejemplo, combate en una “Guerra Santa” estará totalmente convencido (poseerá certeza interior) que Dios le pide eso, incluso que mate a los considerados como “infieles” o enemigos de su religión; nos encontramos ante lo se suele llamar, en algunos casos, una conciencia invenciblemente errónea. Algo semejante ocurrió en el pasado en las religiones que practicaron sacrificios humanos, inmolando incluso a sus primogénitos para complacer o aplacar la ira de sus dioses. La falsa conciencia religiosa puede llevar a “matar en nombre de Dios”. Encontramos en la historia de las religiones prácticas aberrantes que, definitivamente, no pueden ser expresión de la voluntad de Dios, sino consecuencia de una fatal “conciencia errónea”.