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La Fraternidad Extingue La Guerra y Construye La Paz

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No obstante los progresos de la civilización moderna, la guerra sigue siendo en muchas partes del mundo, lamentablemente, un mecanismo al que se recurre para ‘resolver’ un conflicto. La humanidad parece no haber sacado las lecciones de dos absurdas guerras mundiales del siglo pasado, las mismas que causaron inútilmente millones de muertes, desolación, barbarie, miseria. Cabe entonces preguntarse ¿Nunca podrá desterrarse la guerra de la faz de la tierra? ¿La paz universal es un mero ideal irrealizable?

En el origen de la guerra está el no reconocer al “otro” como verdadero hermano, ignorando lo que nos dice Jesús: “Todos ustedes son hermanos” (Mt 23, 8). El Papa Francisco, en su Mensaje por la Paz del año 2014 decía que “la fraternidad extingue la guerra”. Por otra parte, la fraternidad no puede sustentarse en una filantropía que excluya la transcendencia; las éticas contemporáneas, como señala el Papa, son incapaces de generar vínculos auténticos de fraternidad, “…ya que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común, como fundamento último, no logra subsistir. Una verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, es decir, ese hacerse ‘prójimo’ que se preocupa por el otro.” (“La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz celebrada el 1 de enero de 2014. Vaticano 8 de diciembre de 2013). La globalización, aún cuando nos acerca, no está construyendo la  fraternidad, no nos está haciendo más hermanos. “La fraternidad genera paz social, porque crea un equilibrio entre libertad y justicia, entre responsabilidad personal y solidaridad, entre el bien de los individuos y el bien común” (Ibid.). Vivimos en un mundo con ausencia de una cultura de la solidaridad, un mundo “caracterizado por la ‘globalización de la indiferencia’, que poco a poco nos ‘habitúa’ al sufrimiento del otro, cerrándonos en nosotros mismos” (Ibid).

El pecado de Caín sigue extendiéndose en el mundo actual; pero también la interpelación del Señor que sale a nuestro encuentro y nos dice: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9), “¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gn 4, 10). También en estos tiempos Dios pide cuentas por la sangre derramada en tantas guerras y conflictos absurdos.

El anhelo del hombre es vivir en una sociedad fraterna, donde se destierre para siempre la amenaza de la guerra y reine la paz como fruto de la justicia. Esperamos que se haga realidad lo anunciado por el profeta Isaías: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2, 4). No obstante el desarrollo de la civilización contemporánea y los avances tecnológicos, la creación de organismos internacionales para velar por la paz mundial, no ha sido posible superar el recurso a la guerra como medio para ‘resolver’ conflictos de diversa índole. La tecnología sigue siendo utilizada para sofisticar e incrementar el poder letal de los instrumentos de guerra. En muchos países se sigue invirtiendo gran parte de los recursos en pertrechos militares. De ahí que la magistral descripción que hace el profeta de esa “situación futura”, en la cual las armas serán convertidas en herramientas de trabajo y que los hombres nunca más se adiestrarán para la guerra, si bien expresa la aspiración humana de la paz, sigue siendo un ideal que pareciera imposible de alcanzar.

En el mensaje para la XLVIII Jornada de la paz de 2015, el Papa Francisco retoma el mensaje de fraternidad del año anterior, esta vez para enfatizar que “no somos esclavos, sino hermanos”, pues somos hijos de un mismo padre que nos ha creado libres para vivir la libertad. Así como existe el compromiso de todos de acabar con la guerra, también existe la exigencia para terminar con toda forma de esclavitud en nuestro tiempo. De ahí la exigencia, nos dice el Papa, de globalizar la fraternidad, no la esclavitud, ni la indiferencia. “La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y les haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos” (“No somos esclavos, sino hermanos”. Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la XLVIII Jornada Mundial de la Paz 2015. Vaticano 8 de diciembre de 2014).

El Papa Francisco cita un pasaje de la Carta de San Pablo a Filemón, en la que el apóstol pide a Filemón que reciba a Onésimo, su antiguo esclavo, como un “hermano querido” (Cf., Flm 16). Se trata de una muy breve epístola del apóstol, pero muy rica en contenido. Pablo se encontraba en la cárcel y allí conoció a un esclavo que había escapado de su amo Filemón (un cristiano influyente). Onésimo se convirtió y se hizo bautizar, luego el apóstol lo envió de retorno a casa de Filemón. En el contexto histórico en el que se escribe la carta, la esclavitud era normalmente aceptada y regulada por el derecho; pero, el apóstol hace notar que, por la fe, todos somos hermanos.

Pablo, obviamente, no estaba haciendo una proclama a favor de la abolición de la esclavitud, pero establece un principio fundamental: la fe introduce nuevas relaciones entre las personas. “Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo han sido revestidos de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 26-28). La Buena Nueva, nos dice el Papa Francisco, es también “capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la XLVIII Jornada Mundial de la Paz 2015). La construcción de una sociedad fraterna exige la eliminación de las exclusiones establecidas arbitrariamente en razón de raza, condición social, o género.

Hoy la esclavitud ha sido abolida en todas las legislaciones del mundo, y constituye un crimen de lesa humanidad; sin embargo, existen nuevas formas más sutiles y sofisticadas de esclavitud que son difíciles de erradicar, tales como la trata de personas, el trabajo en condiciones infrahumanas a los que son sometidos “inmigrantes ilegales”, explotación infantil, esclavos y esclavas sexuales. Millones de hombres y mujeres, de todas las edades, señala el Papa, son “privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.” Millones de esclavos del hambre y de sus necesidades básicas en el mundo como fruto de la falta de amor.  En este contexto no podemos permanecer indiferentes, sino que todos debemos contribuir, desde nuestra posición, para erradicar las “nuevas formas de esclavitud”, exigencia impostergable en el camino hacia la construcción de una sociedad justa y fraterna.