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La Iglesia Testimonia La Misericordia Del Señor

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La misericordia, como señala el Papa Francisco, se revela como una dimensión fundamental de la misión de Jesús (Cf., Misericordiae Vultus, 20). Ahora bien, siendo la Iglesia continuadora de la misión de Jesús, tiene entonces que ser testimonio de la misericordia del Señor, de ello depende su credibilidad ante el mundo. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia […] La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino misericordioso y compasivo” (Misericordiae Vultus, 10). El anuncio y testimonio de la misericordia es parte esencial de la misión de la Iglesia. “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona” (Misericordiae Vultus, 12). La Iglesia, nos dice el Papa Francisco, tiene como primera tarea “introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo”. “La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio […] La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo” (Misericordiae Vultus, 25).

El compromiso de la Iglesia con la nueva evangelización, nos dice el Papa Francisco, exige que el tema de la misericordia sea propuesto una vez más “con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral”. El anuncio, desde luego, tiene que ir unido al testimonio. “Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (Misericordiae Vultus, 12).

La Iglesia testimonia el amor misericordioso del Señor, de modo especial, dispensando el sacramento del perdón, acogiendo con amor a los pecadores, reconociéndose ella misma como pecadora y necesitada de permanente conversión. El Papa Francisco nos hace recordar la importancia del sacramento de la reconciliación, “porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia […] Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean verdaderos signos de la misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, 17). Como Jesús, la Iglesia acoge a los pecadores con amor, no para enrostrarles su pecado, sino para abrirles el camino de la misericordia; lo cual, desde luego, no significa ninguna condescendencia con el pecado sino con el pecador que está abierto a la gracia de Dios. Como Jesús, también la Iglesia le dice al pecador arrepentido: No te condeno, “Anda, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). “La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (Misericordiae Vultus, 21). Los confesores, dice el Papa Francisco, “están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado […] No harán preguntas impertinentes… En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia” (Misericordiae Vultus, 17). El Papa Francisco nos manifiesta que durante la Cuaresma de este Año Santo tiene la intención de enviar Misioneros de la Misericordia, serán sacerdotes con autoridad para perdonar pecados que están reservados a la Sede Apostólica (Cf., Misericordiae Vultus, 18).

El Papa señala que “es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos” (Misericordiae Vultus, 10). Como Jesús, la Iglesia se acerca a los “pecadores”, prostitutas y “publicanos” de nuestro tiempo. Ella tiene que salir al encuentro de todos sin excluir a ninguno. La Iglesia, no es sólo la comunión de los santos sino también la comunión de los pecadores; como tal, no puede pretender “excomulgarlos” para quedarse con los “puros” y “santos”. No ha faltado, el pasado, intentos de construir una comunidad de cristianos que se consideraban a sí mismos “puros”, o por lo menos “mejores cristianos” que los otros. Aún hoy en día hay pequeños grupos de cristianos “ilustrados” que se sienten como “iluminados”, de “conducta intachable” y que no están dispuestos a dejar ingresar en su núcleo a personas que “aún no se han convertido” o no han seguido un “proceso de purificación”. Una Iglesia que excluya a los pecadores, que no dé testimonio de la misericordia, no es, definitivamente, la Iglesia de Cristo; por lo tanto: “donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en la comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería encontrar un oasis de misericordia” (Misericordiae Vultus, 12).

La Iglesia expresa su misericordia no solo dispensando el perdón a los pecadores, sino también solidarizándose con los más pobres y excluidos de la sociedad. El Papa Francisco nos invita a abrir el corazón “a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea”. El Papa hace notar las situaciones de precariedad y sufrimiento que existen en el mundo, el dolor y la angustia de los que no tienen voz “porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos”. “En ese Jubileo la Iglesia está llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y curarlas con la solidaridad y la debida atención” (Misericordiae Vultus, 15). El Papa Francisco nos hace un llamado a no caer en la indiferencia y el egoísmo, no habituarnos a contemplar el sufrimiento de los otros; nos exhorta a que “abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privadas de la dignidad y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio” (Misericordiae Vultus, 15).