Si Escuchas Su Voz

Las Obras de Misericordia, Guias Claras Al Cielo

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El lema del Año Santo es “Misericordiosos como el Padre”, el cual recoge una de las bienaventuranzas del Evangelio: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordiosos” (Lc 6, 36). La Sagrada Escritura nos muestra que el Padre se nos revela como un Dios misericordioso, “lento a la ira y rico en piedad” (Ex 34, 6), que “no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 103, 2). Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre; “afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos” (Misericordiae Vultus, 9). Jesús se acerca a los pecadores y les muestra su misericordia; nos dice que Él no ha venido a condenar sino a salvar (Cf., Jn 3, 17; 12, 47).

El Papa Francisco nos invita a escuchar la palabra de Jesús que “ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de fidelidad de nuestras fe. ‘Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia’ (Mt 5, 7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse en este Año Santo” (Misericordiae Vultus, 9). Más que saber sobre la misericordia, lo que Dios quiere es que la practiquemos. Practicar la misericordia debe ser nuestro programa de vida. La Iglesia no será creíble si no da signos concretos de su amor misericordioso y compasivo por los demás. De ahí la importancia de revalorar la práctica de las obras de misericordia. “La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndolo experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016. Vaticano 4 de octubre de 2015). El Papa Francisco ha expresado su vivo deseo de que, durante este Año Santo, reflexionemos sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. “Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Misericordiae Vultus, 15).

¿Qué son las obras de misericordia? El Catecismo de la Iglesia nos enseña que “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales” (Catecismo de la Iglesia, 2447). Las obras de misericordia tienen fuente bíblica, están tomadas de la Escritura. En el evangelio de Mateo, el juicio de Dios se realiza en función del amor o desamor para con el prójimo en el cual el Señor se nos revela: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia preparada para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25, 34-36). En ese pasaje bíblico se recogen seis obras de misericordia corporales: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero sin techo, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, y visitar a los presos. A esas seis obras de misericordia se agrega la de enterrar a los muertos. El Catecismo señala también que, entre las obras de misericordia corporales, “la limosna hecha a los pobres (cf. Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios” (Catecismo de la Iglesia, 2447). Son obras de misericordia espirituales: Enseñar al que no sabe, aconsejar bien al que lo necesita, consolar al triste, confortar a los débiles (incluye la corrección fraterna), perdonar al que nos ofende, y sufrir con paciencia ante los defectos del prójimo (Cf., Catecismo de la Iglesia, 2447). A éstas se añade rezar por los vivos y difuntos. De este modo se consideran catorce obras principales de misericordia (siete corporales y siete espirituales).

Todas las obras de misericordia están centradas en el amor al prójimo, considerándolo como rostro de Cristo que nos interpela. “Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016). Hay que tener cuidado en no considerar al prójimo como un medio para “ganar el cielo”, pues toda persona es siempre un fin en sí misma, no puede ser utilizada como medio. Amamos a Cristo amándolo en el prójimo que sufre. Jesús, – como dice el Papa Francisco – que es la “Misericordia encarnada” (Cf., Misericordiae Vultus, 8), se nos hace presente en el pobre. “En el pobre, en efecto, la carne de Cristo ‘se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga … para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado’ (Misericordiae Vultus, 15). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente…” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016).

El Papa Francisco, en su Mensaje para la Cuaresma del año 2016, ha reiterado la urgencia de hacernos cargo del pobre, de no caer en la indiferencia; ha criticado nuevamente los falsos modelos de desarrollo basados en la “idolatría del dinero” que reducen al pobre a una “masa por utilizar”, a las ideologías del “pensamiento único”, a las estructuras de pecado vinculadas a esos modelos, trayendo como consecuencia que las sociedades y personas más ricas, “se vuelvan indiferentes al destino de los pobre, a quienes cierran su puertas, negándose incluso a mirarlos” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016). El Papa Francisco hace alusión a la parábola del pobre Lázaro (Cf., Lc 16, 19-31). Dicha parábola, en realidad, no pretende hablarnos del “más allá” sino de nuestras responsabilidades en el “más acá”, pues es aquí y ahora donde se está decidiendo nuestro destino eterno. Con el término de nuestra vida terrenal se acaba el tiempo de merecer y la posibilidad de cambiar nuestro destino final. Como en la parábola del Evangelio, hay millones de Lázaros que están fuera de nuestras casas, ellos tocan nuestras puertas, su presencia martillea nuestras conciencias para sacarnos de la indiferencia y movernos a la compasión, para hacernos cargo de ellos. “Lázaro es una posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos” (Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2016).