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Los Valores Evangélicos en La Sociedad Secularista

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Desde sus orígenes, el Cristianismo ha pretendido que sus seguidores vivan los valores evangélicos en cualquier tipo de sociedad y época, llamándolos a “estar en el mundo”, comprometerse con el mundo sin “mundanizarse”. ¿Es esto realmente posible? Desde la fe el creyente dirá que todo es posible con la ayuda de Dios que nos fortalece con su gracia. Indudablemente que abundan los casos de cristianos que han dado testimonio hasta el martirio por su fidelidad a Cristo; pero, esto se da, fundamentalmente, en grupos minoritarios de creyentes convencidos de su fe. La Iglesia no puede conformarse con ser una pequeña minoría en la sociedad, debe comprender y abrazar con amor misericordioso también a todos aquellos que no alcanzan a vivir las virtudes cristianas en grado heroico, que son la gran mayoría de los fieles, y están expuestos a abandonar sus principios en una sociedad que nos los propicia. Es mucho pedir que todos sean “mártires de la fe”.

Para K. Mannheim, la praxis de determinados valores exige necesariamente un modelo de sociedad con las condiciones necesarias que permitan dicha práctica, de lo contrario se harían inviables adquiriendo un carácter utópico o ideológico. “La idea cristiana del amor fraternal, por ejemplo, sigue siendo, en una sociedad basada sobre la servidumbre, una idea irrealizable, y, en ese sentido, ideológica, aun cuando se reconozca que pueda actuar como motivo en la conducta del individuo. Vivir en forma coherente, a la luz del cristiano amor al prójimo, en una sociedad que no esté organizada según el mismo principio, resulta imposible. El individuo, en su conducta personal, se ve siempre obligado – en cuanto no se propone trastornar el orden social vigente – a renunciar a sus más nobles principios” (Mannheim, Karl: Ideología y Utopía. Introducción a la sociología del conocimiento. Trad. De Salvador Echevarría. Fondo de Cultura Económica. 2da. Edic., Madrid 1997, p. 171). Según esto,  en una sociedad secularista, con una visión materialista de la existencia humana, resultará – según nuestro autor – imposible para un creyente vivir los valores evangélicos. ¿Es esto realmente así? ¿Es imposible vivir los valores cristianos en una sociedad organizada con otros ‘valores’? Pensemos, por ejemplo, en un funcionario del Estado que, como cristiano, pretende vivir el valor de la honestidad desempeñando un cargo público en un país donde campea la corrupción a todos los niveles de gobierno; en este caso, el propio sistema buscará expulsarlo. El individuo sólo no podrá luchar contra la corrupción institucionalizada. ¿Significa esto que la honestidad se convierte en un valor irrealizable o “utópico”, y habría que renunciar a él?

Históricamente los cristianos siempre han tenido serias dificultades para vivir su fe en una sociedad secularizada. De ahí que, desde finales del siglo III algunos cristianos optaron por retirarse al desierto para poder vivir el ideal evangélico, dedicándose a la oración y a la contemplación. Si bien es cierto que son múltiples los factores que están en el origen del monacato, uno de ellos fue la protesta contra una forma de vivir el Cristianismo que se acoplaba al mundo (“mundanizaba”), en una sociedad de relajadas costumbres; esto estimuló, en algunos casos, la llamada “fuga mundi” (huida del mundo). En todos los tiempos ha existido la intencionalidad de cristianos fervorosos que han buscado “apartarse del mundo” para poder vivir mejor su fe. Aún hoy en día hay creyentes que escogen la vida religiosa pensando que allí pueden vivir mejor los ideales evangélicos. Obviamente, la perfección cristiana nada tiene que ver con una huida del mundo, sino con el seguimiento de Cristo en el mundo, buscando la transformación personal y social, santificando al mundo. Mayor es el heroísmo del que es fiel a Cristo permaneciendo en mundo. La misma historia de la evolución del monacato confirma que los monjes dejaron el desierto, la soledad y la montaña, para formar comunidades que interactuaban con quienes vivían en las ciudades de la época.

Hay creyentes que hace tiempo han renunciado a su anhelo de transformar la sociedad en que viven y sólo esperan ellos mismos no ser absorbidos o contaminados con los antivalores de dicha sociedad. Hay pastores que sienten estar predicando en el desierto y piensan que es muy poco o casi nada lo que se puede hacer para revertir la situación. Hay incluso pastores que, como ha señalado el Papa Francisco, se han “mundanizado”, no actúan como pastores con “olor a oveja” sino como príncipes de este mundo. ¿Es posible estar en el mundo sin “mundanizarse”?

El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos alertaba ante  el peligro de la ‘mundanidad espiritual’ que puede afectar a los creyentes, y que si invadiera a la Iglesia sería desastroso, algo peor que la “mundanidad moral”. “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Evangelii Gaudium, 93). La raíz de la “mundanidad” está, pues, en no buscar la gloria de Dios, sino la propia vanagloria, la ostentación de alguna forma de poder económico, cultural, o religioso. Detrás de la visión materialista y consumista está el apego desordenado al dinero; la codicia que aparta de la fe, como lo hacía ver el apóstol Pablo: “La raíz de todos los males es el amor al dinero” (1Tm 6, 10). El hombre termina poniendo su confianza no el Señor, sino en sí mismo, en las cosas, en las organizaciones, en los planes y proyectos, olvidándose de lo fundamental.

El nacimiento de Jesús, que hemos celebrado en la Navidad, nos hace caer en la cuenta que el Señor ha venido entre los pobres, se ha hecho uno de ellos, pobre entre los pobres para enriquecernos con su pobreza (Cf., 2Cor 8, 9); igualmente, la Epifanía nos presenta la escena de Jesús en el pesebre que se revela al mundo y es reconocido por los “magos venidos de Oriente”. Jesús, con su vida, testimonió su opción preferencial por los pobres y enseñó a sus apóstoles a vivir el desprendimiento, a estar en guardia frente a la tentación del dinero y el poder. El testimonio de tantos cristianos que han asumido realmente los valores evangélicos, como la pobreza, es una prueba clara que, cualquiera sea el modelo de sociedad en la que se encuentre, para el cristiano sí es posible vivir el Evangelio; obviamente, será mucho más difícil hacerlo en una sociedad occidental como la actual, marcada por el liberalismo económico, el consumismo y la banalidad.