Si Escuchas Su Voz

Misericordiosos Como El Padre

Posted

El 11 de a abril del presente año, en la víspera de la celebración del II Domingo de Pascua, el Papa Francisco ha expedido la Bula “Misericordie Vultus” (El Rostro de la Misericordia), por medio de la cual convoca al Jubileo extraordinario de la misericordia. El Año Jubilar se iniciará el 8 de diciembre de 2015, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, y concluirá con la solemnidad de Cristo Rey, el 20 de noviembre de 2016. La Puerta Santa de la Catedral de Roma se abrirá el III Domingo de Adviento (13 de diciembre de 2015), conmemorando el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II.

El Jubileo o Año Santo, hunde sus raíces en el antiguo testamento; entre los hebreos se solía celebrar cada cincuenta años. Era un año sabático en el cual se descansaba, se ponían los esclavos en libertad y se restituían las posesiones que se habían comprado. Jesús también nos habla de un “Año de Gracia” (Jubileo); se aplica a sí mismo el pasaje de Isaías (Is 61, 1-2): ha venido a anunciar la Buena Nuevo a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, y a “proclamar el año de gracia del Señor” (Cf., Lc 4, 16-21). El Jubileo, en el cristianismo, en un “Año de gracia”. En la Iglesia los jubileos pueden ser ordinarios o extraordinarios; son ordinarios cuando se celebran periódicamente, normalmente cada veinticinco años; son extraordinarios cuando se celebran en razón de un acontecimiento muy especial. El último Jubileo ordinario fue decretado por el Papa Juan Pablo II el año 2000 (el siguiente será el año 2025); el último jubileo extraordinario convocado por el mismo Papa se celebró el año 1983 (25 de marzo de 1983 al 22 de abril de 1984) al cumplirse  el 1950 aniversario de nuestra redención. En ciertos casos la Santa Sede concede autorización para que en algunos países se celebre jubileos periódicamente. En el presente caso, el Papa Francisco ha convocado a un Jubileo extraordinario, el acontecimiento destacado es, la celebración de los cincuenta años de la conclusión del Concilio Vaticano II (1965).

En el año jubilar la Iglesia concede gracias especiales, llamadas indulgencias, a los fieles católicos que cumplen con determinadas condiciones. El Papa nos dice que en este Año Santo de la Misericordia, las indulgencias adquieren una relevancia particular. Es cierto que en el sacramento de la reconciliación todos nuestros pecados son perdonados; pero, el pecado deja una huella negativa que tiene consecuencias en nuestro comportamiento. La Iglesia nos enseña que “la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel bien dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo de la Iglesia, N.° 1471). El sacramento del perdón redime de la pena eterna (en el caso del pecado grave) y restaura la comunión con Dios; pero, “las penas temporales del pecado permanecen” (Catecismo de la Iglesia, N.° 1473). La pena temporal es una consecuencia del pecado. De esas penas temporales podemos purificarnos en esta vida o en el purgatorio. Recibir la indulgencia (que puede ser parcial o plenaria) nos libera de esa pena temporal.

En la Bula de convocatoria para este Jubileo extraordinario de la misericordia el Papa Francisco hace una reflexión sobre la misericordia a partir de los datos de la Sagrada Escritura. Allí se nos revela a un Dios cuya esencia es amor y misericordia; un Dios que es lento a la cólera y rico en piedad; que “no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 103, 10). Dios es rico en misericordia, “la misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona” (Misericordiae Vultus, 3). La paciencia y la misericordia, nos dice el Papa Francisco, “es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios” (Misericordie Vultus, 6). La omnipotencia de Dios, se manifiesta especialmente en su misericordia. Esa misericordia, como enfatizan los salmos, es eterna (Cf., Sal 136). En muchos pasajes del antiguo testamento se repite la idea de que Dios es “compasivo y misericordioso” (Cf., Sal 86, 15; 145, 8-9; 130, 7-8; Neh 9, 17). En el libro de la Sabiduría se destaca que Dios es misericordioso porque es todopoderoso: “Te compadeces de todos porque todo lo puedes” (Sab 11, 22), es decir: la misericordia, más que una ‘debilidad’ de Dios es manifestación de su poder.

En el Nuevo Testamento, Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre; “con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Misericordiae Vultus, 1). Jesús, llevado de su amor compasivo, curó a los enfermos que le presentaban, sació el hambre de las multitudes, expulsó a los espíritus inmundos, devolvió a la vida a los muertos. El evangelio de Lucas nos presentan las llamadas “parábolas de la misericordia” (la oveja perdida, la moneda extraviada, y el ‘hijo pródigo’), a través de ellas se nos revela la inagotable misericordia de Dios.

Somos llamados, no sólo a reflexionar sobre la misericordia de Dios, sino también a practicarla. “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos” (Misericordiae Vultus, 9). Seremos juzgados en el amor, por la capacidad de perdonar, de compadecernos del otro. Jesús nos dice: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Ese mandato, como señala el Papa, “es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y paz” (Misericordiae Vultus, 13). Ese programa tiene que hacerse concreto en la vida diaria, en nuestras relaciones con los demás; por ello el Papa Francisco no exhorta a reflexionar y practicar las obras de misericordia corporales y espirituales tradicionalmente recomendadas por la Iglesia.

“Misericordiosos como el Padre”, nos dice el Papa Francisco, es el “lema” del Año Santo. Debemos escuchar, nos dice, la palabra de Jesús que “ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de fidelidad de nuestra fe. ‘Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia’ (Mt 5, 7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo” (Misericordiae Vultus, 9). La Iglesia será creíble, cuando cada uno de nosotros, desde nuestra vida, desde nuestra fe, vayamos mostrando a nuestros hermanos y hermanas aquel amor misericordioso de Dios nuestro Padre.