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No Maltratarás a Los Animales

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Junto a la creciente toma de conciencia sobre la necesidad de cuidar de nuestro planeta, en las últimas décadas se ha intensificado y globalizado el sentimiento de protección y respeto a la vida de los animales, el cuidado de los bosques y en general, de diversas formas de vida no humana, lo cual es realmente positivo, pues, como nos enseña la Iglesia, Dios ama a todas sus criaturas, ninguna de ellas es superflua, pues en tal caso no hubiera sido creada (Cf., Sb 11, 24).

Hay muchas organizaciones en el mundo que luchan por la defensa de supuestos “derechos” de los animales, realizan manifestaciones públicas y denuncian con ardor el maltrato a los animales; pero, se percibe a veces una incoherencia en los defensores de los animales y, en general, en los movimientos ecologistas, cuando no muestran la misma indignación ante la trata de personas, el trabajo infantil, la muerte de miles de niños a causa del hambre, la desnutrición o la guerra. Nos hace recordar dolorosos episodios durante la primera y segunda guerra mundial: muchos se escandalizaron, por ejemplo, por la destrucción de la famosa Catedral de Reims (Francia) como consecuencia de los bombardeos del 19 de septiembre del año 1914, pero no mostraban el mismo escándalo por la muerte de millones de seres humanos; igualmente, durante la Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991), la gran mayoría de los medios de comunicación occidentales y la población en general expresaban su indignación ante las imágenes de la televisión que mostraban pelícanos cubiertos de petróleo y la muerte de otras especies a causa de los derrames de crudo, incendio de pozos petroleros, ocasionados supuestamente por el dictador Sadam Husein, pero no mostraban la misma indignación por la muerte de miles de personas a causa de bombardeos indiscriminados que afectaban a poblaciones civiles, acciones que eran consideradas simplemente como “daños colaterales” de una supuesta “guerra justa” o “necesaria”. En ese sentido, resulta muy cierto lo que señala el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Sí: “No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente” (Laudato Si, N.° 91).

Evidentemente, no se trata de desalentar la lucha de las organizaciones defensoras de los animales, sino de poner las cosas en su real dimensión. La Iglesia nos enseña que el maltrato a los animales resulta contrario al espíritu cristiano: “Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos” (Catecismo de la Iglesia Católica, N.° 2418). Hay personas que tributan un mayor afecto y cuidados a los animales antes que a las personas, esa actitud invierte el orden de las cosas, pues por mucho respeto que nos merezcan los animales, ellos no son personas, no hay punto de comparación con la dignidad de la persona humana. Un solo ser humano es más valioso que la Catedral de Reims y que todos los pelícanos del Golfo Pérsico.

La defensa de la vida humana no se debe contraponerse con el respeto a la vida animal y otras formas de vida; por otra parte, la violencia y desprecio por la vida animal tiende a manifestarse, tarde o temprano, en violencia contra las propias personas, como señala el Papa Francisco: “La indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas” (Laudato Si, N.° 92). Esto, sin embargo, no puede llegarnos a equiparar el derecho a la vida de las personas con el “derecho” a la vida de los animales.

En algunos países se ha legislado en contra del maltrato de los animales, considerándolo como delito y estableciendo penas privativas de la libertad; pero, paradójicamente, se legaliza el aborto, negando el derecho a la vida del ser humano no nacido, es decir: para esos países “civilizados” es delito matar a un animal, pero no se considera delito matar a un embrión o un feto humano en el vientre materno. En ese estado de cosas habría que legislar para que al ser humano no nacido se le otorgue el estatus jurídico de “animal”, a fin de asegurar el derecho de protección de su vida. A esas situaciones absurdas se puede llegar en una sociedad que ha invertido los valores o que simplemente se niega a reconocer que existan principios y valores éticos de validez permanente y universal.

Una defensa a ultranza de la vida de algunas especies de animales (particularmente de las mascotas), conllevaría necesariamente también a respetar la vida de otras especies animales y con ello a ser obligatoriamente vegetarianos. En efecto, ¿Cuál sería la diferencia esencial entre una mascota (perro, gato u otros) y animales como el buey, la oveja, el cerdo?, de hecho en algunos países se sacrifican para el consumo humano animales que en otros lugares son tenidos como mascotas; hay personas que tienen como mascotas a cerdos, patos, etc., ¿por qué se tendría que respetar la vida de unos y no la de otros animales? ¿Por razones meramente afectivas?

Son sujetos de derechos, en sentido estricto, las personas, no los animales, lo cual no significa, desde luego, que consideremos a los animales como objetos a nuestra libre disposición. El valor de la vida no puede ser el mismo para una ameba, para un insecto, y para un mamífero. Por el hecho de ser seres vivos merecen nuestro respecto, más aún en cuanto que son criaturas de Dios. En la medida en que se asciende en la escala zoológica, mayor es la dignidad que se adquiere. En ese ese sentido, no será lo mismo matar a un insecto que matar a una mascota; sin embargo, por muy evolucionado que sea un animal y alto el grado de su desarrollo cerebral, ninguno de ellos puede igualarse al ser humano, único “animal de realidades”, es decir que posee inteligencia como “aprehensión de realidad”, capaz de autoposeerse y autodeterminarse.