Si Escuchas Su Voz

‘No Sólo de Pan Vive El Hombre...’

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La multiplicación de los panes, relato que es recogido en los cuatro evangelios (Cf., Mc 6, 32-44; Mt 14, 13-21; Lc 9, 10-17; y Jn 6, 1-13), es un signo mesiánico, a través del cual Jesús se revela como el Mesías. No fue un acto de magia, o una acción orientada únicamente a satisfacer el hambre de la multitud. Jesús no ha venido para resolver el problema del hambre en el mundo, el cual es responsabilidad de los hombres, sino para anunciar su reino de justicia y paz, para traernos la salvación.

Vivimos en una sociedad de consumo, donde la opulencia y el despilfarro de muchos es un escándalo para los pobres. Contemplamos el triste espectáculo de una sociedad saciada de pan hasta el hartazgo, pero indolente ante las necesidades de los más pobres. En varios países desarrollados el problema no es la desnutrición sino la obesidad que afecta hasta los niños, convirtiéndose en un problema de salud pública muy serio.

No esperemos que Dios intervenga en el mundo como un mago que multiplica panes y peces para acabar con el hambre de los más pobres. Lo que Él quiere es que se multiplique la generosidad entre los hombres. Cuando el pan se comparte la mesa no queda vacía. Siempre hay nuevos comensales esperando. El Señor nos invita a compartir nuestro pan con el hermano necesitado. Nadie es tan pobre que no pueda compartir algo con los demás. En la medida en que compartimos, el pan se multiplica, siempre alcanza para más. El Señor vuelve a obrar el milagro. El relato evangélico de la multiplicación de los panes, desde luego, va más allá de una invitación a la solidaridad y fraternidad. En el evangelio de Juan, dicho relato es preámbulo del discurso del “Pan de Vida” (Cf., Jn 6, 22-58), el cual debe ser interpretado en clave eucarística.

Jesús mismo nos dice “No sólo de pan vive el hombre…” (Mt 4, 4). El hombre tiene necesidad de justicia, libertad; aspira a una vida digna y duradera. Como ser abierto a la trascendencia el hombre tiene necesidad de Dios, ansias de vida eterna. A ese nivel, la satisfacción de sus necesidades materiales no es suficiente para darle la felicidad. En ese sentido, sólo Dios puede satisfacer las aspiraciones más profundas del ser humano. Por ello Jesús nos exhorta a buscar el alimento que no perece y que da la vida eterna (Cf., Jn 6, 27). Jesús se revela como el verdadero pan de vida bajado del cielo.

Los judíos mantenían viva la memoria de la experiencia del éxodo, su travesía por el desierto,  y cómo Dios los había alimentado con el ‘maná’ para que no murieran de inanición. Jesús, recogiendo esa experiencia histórica del pueblo, reinterpreta el signo del ‘maná’ haciendo ver que es Dios quien da el verdadero pan del cielo, un alimento que saciará definitivamente el hambre (Cf., Jn 6, 32-33). Los oyentes no logran comprender el alcance de las palabras de Jesús, lo siguen entendiendo literalmente, por ello le piden “Señor, danos siempre de ese pan” (Jn 6, 34). Jesús les aclara que ese pan es Él mismo, y se nos da como alimento de vida eterna: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed” (Jn 6, 35). En la continuación del discurso se pone en evidencia la dificultad que tienen para entender el lenguaje de Jesús, al punto que llegan a escandalizarse cuando les dice que hay que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna (Cf., Jn 6, 52-56). Hoy sabemos que Jesús hablaba de la Eucaristía, en la cual nos da su cuerpo y sangre bajo la apariencia de pan y vino.

En el Antiguo Testamento Dios no solo alimentó a su pueblo con el maná en el desierto, sino que también les dio como alimento su palabra, la ley, la alianza. En el libro del Deuteronomio ya se hace una relectura del episodio del maná en el desierto y se nos recuerda que “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3), palabras que son referidas por Jesús al tentador cuando le pidió convertir las piedras en pan (Cf., Mt 4, 4). Dios, pues, no sólo ha provisto de un alimento material como el maná, sino también de un alimento espiritual.

En el discurso del pan de vida (Cf., Jn 6, 22- 58), Jesús también hace una relectura del episodio del maná. El relato es precedido del milagro de la multiplicación de los panes, como antesala del discurso central. Poco a poco Jesús introduce a sus oyentes en el tema central. Tomando como punto de partida el relato del libro del Éxodo sobre el maná, Jesús se nos presenta como el verdadero pan de vida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo” (Jn 6, 51). De esta manera el discurso adquiere una connotación claramente eucarística. Ahora Jesús no solamente nos habla del alimento de su palabra sino de su propia ‘carne’.

A la luz de la Eucaristía ahora comprendemos el verdadero sentido de las palabras de Jesús que invitaba a sus oyentes a alimentarse de su ‘cuerpo’ y ‘sangre’. Comulgar es recibir el cuerpo y sangre del Señor bajo las apariencias de pan y vino. Sólo desde la fe podremos reconocer esa presencia real de Cristo en la Eucaristía. La Eucaristía no sólo es signo de comunión sino que también nos compromete a construir la comunidad fraterna.

Busquemos al Señor no solamente para pedirle que no nos falte el pan de cada día en nuestros hogares, que tengamos trabajo y salud, sino también para pedirle que nos alimente con su Palabra y con el Pan de la Eucaristía. Dios no quiere que la gente padezca de hambre y viva en la pobreza material, lo que quiere es que tengamos hambre de Dios.