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San Pedro Y San Pablo, Apóstoles

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La liturgia celebra en una misma solemnidad a dos grandes apóstoles, considerados pilares del edificio espiritual de la Iglesia. Pedro, humilde pescador de Galilea elegido por el Señor para apacentar a su rebaño, para constituirlo en ‘piedra’ de los cimientos de la Iglesia. El otro, llamado el “Apóstol de los gentiles”, nacido en Tarso, de una familia judía, con ciudadanía romana; era un hombre culto, fariseo practicante, fiel cumplidor de la ley, que había sido perseguidor de la Iglesia hasta el momento de su conversión. Pedro y Pablo eran de personalidades muy diferentes, con oficios distintos. Por distintos caminos el Señor unió las vidas de estos dos insignes apóstoles, que compartieron la misión de anunciar el evangelio; Pedro a los de procedencia judía, Pablo a los de procedencia pagana. Ambos también compartieron el martirio de Roma, ciudad donde se conservan sus sepulcros. “La tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a san Pedro y a san Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo.” (Homilía del Papa Benedicto XVI en la Solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2012).

Se suele utilizar el pasaje de Mt 16, 18-20 para fundamentar el llamado “primado de Pedro”, en el sentido que ese poder conferido a Pedro se transmite a sus sucesores, es decir a los papas que se han sucedido y sucederán a lo largo de la historia de la Iglesia. El Santo Padre, como obispo de Roma, sucesor de San Pedro, tiene también ese poder de “atar y desatar”, ha recibido el don del Señor para poder conducir a su Iglesia. La autoridad recibida, obviamente, es para el servicio de la Iglesia.

El citado pasaje bíblico, en el que se contiene la “Confesión de fe de Pedro” (“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”), nos plantea el tema de la identidad de Jesús. “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” preguntó Jesús a sus discípulos. En la respuesta de Pedro se destaca que el reconocimiento de Jesús como el “Cristo” (Mesías) es una revelación que proviene de lo alto, no es una deducción que provenga de la ‘sabiduría humana’ de Pedro; lo cual queda, además, evidenciado por la actitud que asume el apóstol cuando, después de aquella confesión, Jesús le habla de su pasión y muerte en Cruz. Pedro lo increpa  diciéndole: “Eso no te puede suceder” (Mt 16, 22), lo cual genera la respuesta dura de Jesús: “¡Quítate de mi vista Satanás, eres piedra de tropiezo!” (Mt 16, 23). Jesús había elogiado inicialmente a Pedro por su confesión de fe, diciéndole “bienaventurado”, casi seguidamente lo llama “Satanás”, lo cual no es un buen calificativo para el “primer Papa”. Al respecto el Papa Francisco nos pone en guardia ante el peligro de pensar y actuar de una “manera mundana” que conlleva a convertirnos en “piedra de tropiezo”: “Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia” (Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 2013).

El Papa Benedicto XVI, sobre ese mismo punto, nos hablaba de una tensión entre el “don que proviene de Dios” y la “condición humana pecadora”: “…en esta escena entre Jesús y Simón Pedro vemos de alguna manera anticipado el drama de la historia del mismo papado, que se caracteriza por la coexistencia de estos dos elementos: por una parte, gracias a la luz y la fuerza que viene de lo alto, el papado constituye el fundamento de la Iglesia peregrina en el tiempo; por otra, emergen también, a lo largo de los siglos, la debilidad de los hombres, que sólo la apertura a la acción de Dios puede transformar”(Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2012).

La Iglesia sigue siendo permanentemente interpelada por Jesús con la misma pregunta hecha a los discípulos: “Ustedes ¿Quién dicen ustedes que soy Yo?” (Mt 16, 15). Cada uno de nosotros debemos preguntarnos ¿A quién realmente seguimos? Al Jesús de los evangelios o a un Jesús cuya imagen hemos reconstruido a nuestra medida para no asumir todas las consecuencias del seguimiento.

Los Santos apóstoles Pedro y Pablo testimoniaron con su vida su total entrega a Cristo. En efecto, decía el apóstol Pablo: “para mí, vivir es Cristo y todo lo estimo pérdida con tal de ganar a Cristo” (Cf., Flp 3, 8). Fue tal su identificación con Cristo que le permite decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Sólo en la medida en que la Iglesia llegue a ese nivel de identificación con Cristo estará dispuesta a comprometerse plenamente en el servicio del evangelio.

El Señor no ha garantizado a la Iglesia el éxito rotundo de su misión, sino liberarla de las fuerzas del mal; sabemos que “el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18). Se trata, sobre todo, de la liberación de ‘fuerzas ocultas’, en su sentido amplio y profundo, amenazas de orden espiritual, como aquellas que refiere el mismo Apóstol Pablo en la Carta a los Efesios (Cf., Ef 6, 12). El Papa Benedicto XVI hacía notar que el más grave peligro para la Iglesia, no proviene de fuera, a causa de las persecuciones que a lo largo de su historia ha sufrido, sino que proviene de dentro: “El daño mayor, de hecho, lo sufre por lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, corrompiendo la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro” (Homilía en la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2010).

En el evangelio que hemos comentado, se destaca también el encargo que Jesús da a Pedro bajo la imagen de las “llaves” y la expresión “atar y desatar”, ambas referidas a un poder conferido. El Papa Benedicto XVI, nos dice que “Las dos imagines—la de las llaves y la de atar y desatar—expresan por tanto significados similares y se refuerzan mutuamente. La expresión «atar y desatar» forma parte del lenguaje rabínico y alude por un lado a las decisiones doctrinales, por otro al poder disciplinar, es decir a la facultad de aplicar y de levantar la excomunión. El paralelismo «en la tierra… en los cielos» garantiza que las decisiones de Pedro en el ejercicio de su función eclesial también son válidas ante Dios.” (Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 2012). La  autoridad de atar y desatar consiste, fundamentalmente, en el poder de perdonar los pecados, teniendo en cuenta, como dice el Papa Benedicto XVI, que “La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de pecadores que se deben reconocer necesitados del amor de Dios, necesitados de ser purificados por medio de la Cruz de Jesucristo”.