Si Escuchas Su Voz

Señor, ¿A Quién Iremos…?

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En el evangelio de San Juan, luego del discurso del pan de vida (Cf., Jn 6, 22-58), y a modo de conclusión (Cf., Jn 6, 60-69), se nos presenta una confesión de fe de Pedro, la cual viene precedida por las deserciones de muchos discípulos de Jesús. Había llegado la hora de las definiciones: creer o no creer, seguir o no seguir a Jesús. Las palabras de Jesús (en el discurso del pan de vida) habían producido escándalo entre los judíos; así mismo, muchos de los seguidores de Jesús expresaron su desconcierto y temor, terminando por dar un paso al costado: “Ese lenguaje es duro, ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60). El evangelista Juan nos presenta la escena de la deserción de los discípulos con todo su realismo: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él” (Jn 6, 66).

Jesús no pretende rebajar las exigencias del seguimiento, no busca retener a sus discípulos suavizando su lenguaje o creándoles falsas expectativas; pareciera, más bien, que intentara desanimarlos, angostar más la puerta, hacer más complicado el camino. Sólo un pequeño grupo de los discípulos más cercanos deciden quedarse con el maestro. Jesús es consciente que no todos están dispuestos a seguirle y aceptar las exigencias que les ha planteado. En ese momento crucial Jesús se dirige al grupo de los más cercanos, es decir, a los doce apóstoles, y los emplaza diciéndoles: “¿Ustedes también quieren marcharse?” (Jn 6, 67). Es de imaginar el contexto de silencio y tensión que se produce entre los apóstoles, no era posible evadir la interpelación. Es Pedro quien rompe el silencio y, hablando en nombre del grupo, responde haciendo una confesión de fe: “Señor, ¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69). Se trata, sin duda, de una respuesta de fe, respuesta dada bajo el impulso del Espíritu Santo, es decir: no se trata del resultado de un análisis concienzudo de pro y contras que tendría tal decisión; es un creer a Jesús y, como consecuencia de ese acto de fe, seguirle. El seguimiento de Jesús siempre será un acto de fe, de confianza absoluta en una persona. No se trata primero de tener pruebas para ver las cosas claras y luego creer, sino que, por el contrario, es la fe la que nos permite comenzar a ver  con mayor claridad las cosas. Sigue siendo válido el principio de San Agustín: “cree para que entiendas y entiende para que creas”.

Jesús, como hemos hecho notar, no se esfuerza por retener a sus discípulos, no intenta dar facilidades para aceptar su seguimiento; todo lo contrario, parece endurecer las exigencias, como para desanimar a cualquiera. ¿Por qué entonces hay gente dispuesta a seguirlo? Seguir a Jesús no es un acto de fanatismo sino de verdadera fe; pero, esa fe no es irracional. Por otra parte, creer no es, en primer término, adherirnos a un conjunto de verdades resumidas en el catecismo, sino fundamentalmente aceptar a la persona de Jesús: Creer a Jesús y creer en Jesús. Nuestra fidelidad es, ante todo, fidelidad a la persona de Jesús, haciéndola el centro de nuestra vida. Estar con Jesús es un acto supremo de libertad, una opción personal fundada en el amor, no el temor.

En la historia de la humanidad han surgido muchos ‘iluminados’ que han pretendido arrastrar tras de sí a multitudes, llevándolos hasta el extremo del fanatismo religioso, como inmolarse por su líder, o cometer en nombre de la fe una serie de actos totalmente irracionales: actos de terrorismo, asesinato de quienes son considerados como ‘infieles’, y otros). Jesús, a diferencia, de esos falsos líderes religiosos, prefiere quedarse solo antes que violentar la libertad y la conciencia de sus seguidores. Nos invita a reflexionar y encontrar las verdaderas razones del seguimiento. En el mismo discurso del pan de vida nos da las claves que sustentan el seguimiento: Jesús tiene un origen divino, Él ha bajado del cielo; Él es el verdadero pan de vida; así mismo, nos invita a reconocer que es el Espíritu quien nos da la vida; es el Espíritu Santo quien nos guía por el camino de la verdad y nos permite descubrir los misterios de Dios. De ahí que el seguimiento a Jesús implica, esencialmente, un acto de fe, de confianza, de entrega generosa. Jesús no nos impone un seguimiento, sino que nos ofrece su compañía.

En la vida nos vemos inmersos en muchas situaciones que nos causan incertidumbre, ‘crisis de fe’. En esas circunstancias, la solución no es pretender alejarnos del Señor, sino aferrarnos más a Él, haciendo nuestras las palabras de Pedro: “Señor, ¿A quién iremos si sólo tú tienes palabras de vida eterna?” La fe siempre será una luz que nos ilumina en la oscuridad. La fe, como luz, quizá no logre disipar todas las tinieblas, no resuelve todos nuestros interrogantes, pero sin ella no podríamos caminar en la noche, como bien señala el Papa Francisco: “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar” (Lumen Fidei, N.° 57). Dios no provee de razonamientos para explicarlo todo, pero sí nos garantiza su presencia. Jesús es alguien que camina con nosotros, Él nos da la fortaleza que necesitamos en los momentos más difíciles. Es la confianza en el Señor la que nos permite superar nuestros miedos y vacilaciones para no desmayar en nuestra opción de seguir a Jesús.