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Amoris Laetitia: La Primacía de la Misericordia en la Pastoral

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En el Año de la Misericordia, el Papa Francisco ha sacado a la luz la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (“La alegría del amor”), la misma que recoge las reflexiones del Sínodo de los obispos sobre la familia, que concluyó el 24 de octubre de 2015. Como era de esperarse, no hay cambios doctrinales; pero, sí encontramos un desarrollo más profundo de aspectos pastorales en relación con el matrimonio y la familia. Centraremos esta reflexión en el Cap. VIII de dicha Exhortación Apostólica (Cf., Amoris Laetitia, nn. 293 a 312), particularmente en lo referido al discernimiento de las situaciones llamadas “irregulares” (como es el caso de los divorciados vueltos a casar, los que sólo han contraído matrimonio civil o son convivientes). No solamente se trata de que quienes viven esas situaciones ‘irregulares’ desconozcan las normas de la Iglesia, pues, como señala el Papa Francisco: “un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender ‘los valores inherentes a la norma’ o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar decisiones sin una nueva culpa” (Amoris Laetitia, 301). No resulta un comportamiento evangélico pretender aplicar fríamente a estos cristianos una moral de contenidos generales, haciéndoles sentir como si estuvieran al borde de la excomunión. El Papa señala que “las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares” (Amoris Laetitia, 304). Hay que atender siempre las situaciones concretas antes de emitir cualquier juicio de valor y caracterización de los actos humanos. “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en una nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren” (Amoris Laetitia, 297). No todos están bajo las mismas condiciones y circunstancias particulares para hacer realidad el designio de Dios en sus vidas.

Hay que aclarar, de entrada, que en ninguna parte de la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”, hay una referencia explícita o implícita en el sentido que se pretenda reducir las exigencias del Evangelio y el designio de Dios sobre el matrimonio. El mismo Santo Padre, se adelanta a cualquier intento de mal interpretación cuando señala: “Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza” (Amoris Laetitia, 307). No se trata, pues, de reducir las exigencias evangélicas, lo que el Papa quiere es que cambie la actitud de los pastores ante quienes viven situaciones llamadas “irregulares” (aquellas que no se adecuan al ideal evangélico). Los pastores deben seguir enseñando la doctrina de la Iglesia, contenida en numerosos documentos del Magisterio sobre el matrimonio y la familia, deben seguir formando la conciencia de los fieles a fin de que éstos se esfuercen por vivir el ideal evangélico, el cual no puede quedar reducido a un mero ideal inalcanzable, sino que debe ser tomado como un mandato del Señor, y como una fuente de motivación permanente para adecuar la conducta moral.

El Papa Juan Pablo II señalaba que es muy importante tener una recta concepción del orden moral, de los valores y normas propuestas por la Iglesia; pero, “el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico, que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por eso él conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas del crecimiento” (Familiaris Consortio, 34). Alcanzar el ideal evangélico requiere no sólo el esfuerzo personal, sacrificios y renuncias, sino sobre todo la gracia divina que potencia todos esos esfuerzos. Juan Pablo II precisó que los esposos no pueden mirar la ley divina sobre el matrimonio “como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar a superar con valentía las dificultades” (Ibid., 34), eso supone también que haya un compromiso sincero para poner las condiciones necesarias por observar la ley moral. El Papa Francisco no ha variado en nada esta postura, sino que ha promovido una mayor reflexión y discernimiento sobre las condiciones en que los católicos tienen que vivir el ideal evangélico y cuál debe ser la actitud pastoral de la Iglesia.

El Papa recoge lo señalado por Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio respecto a la llamada “ley de la gradualidad” (Cf., Familiaris Consortio, 34). Ese principio, obviamente, no significa disminución de las exigencias de la ley moral, sino que expresa la situación histórica del ser humano. La ley no es dada al hombre en “abstracto” (a una ‘esencia’ humana), sino a hombres que viven situaciones concretas de fragilidad e imperfección, personas que pueden tener serias dificultades para vivir los ideales evangélicos, las leyes y normas morales que la Iglesia defiende; son personas sometidas a diversos condicionamientos (socioculturales, factores biológicos, psíquicos, entre otros) que limitan seriamente el ejercicio de su libertad y, en consecuencia, su responsabilidad subjetiva. Estas personas pueden tener la firme voluntad de esforzarse por vivir los ideales evangélicos y, sin embargo, en la práctica, no cumplir dichos propósitos. El Papa Francisco, desde luego, no pretende justificar las fallas de orden moral de las personas que viven situaciones “irregulares”, y menos todavía pretende decir que lo que es objetivamente malo puede en ciertas circunstancias convertirse en bueno.

Lo que el Papa Francisco quiere enfatizar es que “el camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a las personas” (Amoris Laetitia, 296). De ahí que los pastores, en el discernimiento pastoral de las situaciones “irregulares” en que se encuentran muchos fieles católicos, deben evitar los juicios condenatorios, teniendo presente los condicionamientos y circunstancias atenuantes, “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante” (Amoris Laetitia, 301). Los pastores, señala el Papa, no deben comportarse como “controladores de la gracia” sino como sus facilitadores. “Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando las leyes morales a quienes viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas” (Amoris Laetitia, 305). No se puede cargar la conciencia de los fieles haciéndoles sentir que, por estar inmersos en una situación ‘irregular’, viven en pecado mortal, condenados irremediablemente a las penas del infierno. La fidelidad a Dios, el estado de gracia, no puede ser medido sólo porque una persona responde externamente a una ley o norma moral general. El Papa pide que los pastores, sin disminuir el valor del ideal evangélico sobre el matrimonio y la familia, acompañen con misericordia y paciencia a esos fieles que viven situaciones ‘irregulares’, valoren los esfuerzos que hacen dichas personas por vivir el Evangelio, por muy pequeños que puedan parecernos y muy lentos sus progresos. Lo que debe primar, siempre y todos los casos, es la lógica de la compasión y el primado de la caridad para con los más frágiles.