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¿Cómo Entender La Resurrección Corporal?

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Qué sucede en el momento de la muerte? ¿Cuál será la suerte de los difuntos? (Cf., 1Tes 4, 13-18) ¿Cómo hablar de un estado que nunca se ha visto? ¿Cómo será la resurrección? Son éstos, entre otros, los principales problemas que los cristianos de la iglesia primitiva se planteaban y a los cuales, de alguna manera, Pablo quiere responder en la Primera Carta a los Corintios (Cf., 1Cor 15). El cómo de la resurrección depende de la noción de “cuerpo”. La respuesta que da Pablo es sencilla “los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados” (1Cor 15, 52). Después de la muerte seremos plenamente nosotros mismos, es decir, se mantendrá nuestra identidad. Respecto al cómo, la teología no ha dado una respuesta, sigue siendo una cuestión abierta.

La resurrección corporal no implica, como condición indispensable, que se deba recuperar el cuerpo material del difunto (o una parte del mismo) para que sea “transformado”. En la teología escolástica se ponía el “falso problema” sobre la cantidad de materia mínima necesaria para que los muertos (mutilados graves o víctimas del canibalismo, etc.,) pudieran resucitar el último día con un cuerpo completo e incólume, pero al mismo tiempo idéntico al terreno. Se propuso la idea de que “el cuerpo resucitado puede estar formado por una muy escasa porción de la materia corporal anterior. Dios puede completar lo que falta con otras materias” (Kessler Hans: La resurrección de Jesús. Aspecto bíblico, teológico y sistemático. Salamanca, Sígueme 1989, p. 271, en la nota n. 113). La resurrección corporal excluye la idea de una reconstrucción del cuerpo corrompido. Aun, actualmente, hay quienes piensan que en el día del Juicio Final la resurrección operará sobre los restos materiales del cadáver (o sobre las cenizas, en caso de cremación). Tal afirmación no pertenece al contenido de la fe en la resurrección corporal. Es un grave error identificar “cuerpo” con “cadáver”. El cadáver, en sentido estricto, ya no es “cuerpo” sino un conjunto de elementos orgánicos (que en su momento formaron parte del “cuerpo”) en proceso de descomposición. El cuerpo de la persona viva es más que la exterioridad física objeto de observación. El cuerpo resucitado pertenece a otra dimensión, no está sujeto a los límites del espacio y tiempo y a las leyes de la física.

La física moderna se dice que la materia no se destruye sino que se trasforma. En esa perspectiva, los restos materiales de un cadáver no se destruyen (en el sentido de aniquilarse) sino que pasan a ser parte de la materia del cosmos. La definición de la muerte como “separación del alma del cuerpo” debe entenderse correctamente desde la antropología cristiana a fin de responder mejor al dato revelado. En la resurrección corporal no implica una identificación del “cuerpo transformado” con los “despojos físicos”, como si se tratase de la reanimación de un cadáver.

El paso de la condición terrenal a la gloriosa no consiste primariamente en la destrucción del cuerpo sino en su transformación o transfiguración. “Esta puede tener lugar después de pudrirse el cadáver o bien directamente a partir del cuerpo vivo. La muerte es, por tanto, una etapa hacia la transformación o ésta misma; Pablo no precisa en qué consiste exactamente tal transformación, y es una suerte, porque, si lo hiciera, pretendería dominar el otro lado de la muerte” (Dufour, León: Jesús y Pablo ante la muerte. Madrid, Cristiandad 1982, p. 210). Desde la teología, como señalaba el teólogo K. Rahner, la muerte no sólo tiene un aspecto natural (como separación del alma y del cuerpo) sino también un aspecto personal (como término del estado de viador);  con la muerte se acaba el tiempo de merecer, la decisión moral fundamental se hace decisiva y definitiva, de ahí la necesidad de asumir con responsabilidad la existencia humana. La muerte del cristiano no es sólo un fenómeno natural, es ante todo un hecho religioso, una participación en la muerte del Señor, una manifestación del conmorir con Cristo y en Cristo en la espera de la resurrección (Cf., Rahner Karl: Sentido Teológico de la muerte. Barcelona, Herder 1965).

La resurrección es un asunto que afecta, de algún modo, al hombre entero (no en el sentido de una aniquilación total); implica la transformación corporal, de ahí que hay que evitar el peligro a que conlleva una concepción de trasfondo platónico que enfatiza la idea de “inmortalidad del alma separada”. Si la muerte no afectara al hombre entero, la resurrección tampoco afectará al hombre entero, sería una cosa que compete sólo al “alma”, como la muerte sería un hecho que afectaría sólo al “cuerpo”.  El Nuevo Testamento, por otra parte,  no habla de resurrección de la “carne” sino de resurrección de los muertos. “Pablo no pudo hablar de una resurrección de la carne (como tampoco habla el nuevo testamento en ningún pasaje), porque la carne (sarx) significa para él, a diferencia del cuerpo (soma), lo débil, perecedero y pecaminoso. Esa expresión aparece a mediados del siglo II, en confrontación con el gnosticismo” (Kessler Hans: La resurrección de Jesús. O. Cit., p. 275).

Como hace ver J. Fischer, según el testimonio amplísimo de la primitiva patrística, la muerte no conduce a un país de sombras o de sueño inconsciente, ni menos a un estado de plena disolución, sino a una existencia en la que el alma vigilante, capaz de recuerdos, recibe inmediatamente recompensa o castigo (Cf., Schmaus, Michael: Teología Dogmática. Vol VII. Los Novísimos. Madrid, Rialp 1961, pp. 351-353). K. Rahner pensaba que el alma “separada del cuerpo” por la muerte, antes de la resurrección corporal, mantiene un tipo de relación pancósmica con el mundo, es decir: no pierde su relación con la materia del cosmos del cual el cuerpo corruptible sigue formando parte (Cf., Rahner, Karl: Sentido Teológico de la muerte, pp. 21ss). No resultaría pensable la pervivencia del alma en sentido platónico, como una entidad totalmente autónoma y separada de la materia. Es más apropiado hablar de la pervivencia de la persona humana.

La resurrección de la carne, dice Dufour, no es algo añadido a la inmortalidad del alma, implica  la resurrección de toda la persona: “La resurrección afecta al hombre entero: en su aspecto vertical, contempla su relación con Dios, que puede caracterizarse con el término alma; en su aspecto horizontal, contempla su relación con los hombres y el universo, que puede caracterizarse con el término cuerpo” (Dufour, León: Jesús y Pablo ante la muerte, p. 292). Después de la muerte seremos plenamente nosotros mismos, es decir, se mantendrá nuestra identidad. Respecto al cómo, la teología no ha dado una respuesta; pero una cosa es cierta: “a través de la aparente discontinuidad, una continui­dad más pro­funda une al resucitado con el hombre que vivió en la tierra, continuidad que no consiste en la asunción de una partícula química u orgánica de lo que fue su cuerpo” (Dufour, León: Jesús y Pablo ante la muerte, p. 293). La continuidad está asegurada por el mismo Dios que da la vida y devuelve a la vida.