Si Escuchas Su Voz

Jesús Nos Revela el Rostro Miseriscordio del Padre

Posted

Jesús, llevado de su amor compasivo, curó a los enfermos que le presentaban, sació el hambre de las multitudes, expulsó a los espíritus inmundos, devolvió a la vida a los muertos. En muchos pasajes del evangelio vemos a Jesús acercándose a los pecadores. Ante la actitud de los fariseos que lo cuestionan y se escandalizan porque se reúne con “publicanos y pecadores” (Cf., Mt 9, 10-13), Jesús retoma la frase del profeta Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Os 6, 6), para enfatizar el primado de la misericordia sobre la justicia. Aclara que no ha venido por los justos sino por los pecadores pues “no son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos” (Mt 9, 12). De modo que, si no nos consideramos pecadores, entonces Jesús no ha venido por nosotros ni tenemos necesidad de Él.

La actitud de Jesús de acercarse a publicanos, prostitutas, y otra gente considerada de “muy mala reputación”, no significa una condescendencia con el pecado sino el cumplimiento de la misión del verdadero Pastor que va en búsqueda de la oveja perdida. Cuando Jesús le dice a la mujer adúltera: “Yo tampoco te condeno, anda y en adelante no peques más” (Jn 8, 11), queda claro entonces la exigencia de la responsabilidad personal, el esfuerzo por salir de toda situación de pecado. El evangelio de San Juan enfatiza el propósito salvador de Dios, por ello,  “Dios no ha enviado a su hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17). Jesús señala que Él no ha venido a condenar sino a salvar, para eso ha entregado su vida por nosotros, cargando sobre sí los pecados de la humanidad.

Es sobre todo en el evangelio de Lucas donde mejor se destaca los rasgos misericordiosos de Jesús que encarna y revela el rostro del Padre. Lucas nos presenta las llamadas “parábolas de la misericordia”: La oveja perdida, la moneda extraviada, y el ‘hijo pródigo’ (Cf., Lc 15, 1-32), a través de ellas se nos revela la inagotable misericordia de Dios. El contexto en el cual se relatan estas parábolas es la escena en la cual Jesús aparece rodeado de publicanos y pecadores. Los fariseos murmuran porque Jesús acoge a los pecadores: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 2). El Papa Francisco nos dice: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia” (Bula Misericordiae Vultus, 9). En esas parábolas, continúa diciéndonos el Papa, “Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (Misericordiae Vultus, 9).

En la conocida parábola del “Hijo Pródigo” (Cf., Lc 15, 11-32), que debe ser llamada la “Parábola del Padre Misericordioso”, lo que más se destaca es la misericordia del Padre. La parábola describe magistralmente la situación del hombre pecador y el proceso de conversión. No olvidemos que Jesús narra esta parábola en respuesta a los letrados y fariseos que lo cuestionan por ‘acoger a los pecadores’. El relato nos describe una situación inicial del hijo menor junto al padre, es el hijo quien toma la iniciativa de ‘alejarse del padre’ para experimentar su propio camino, hace uso de su libertad. El padre no le impide marchase, de este modo el hijo menor inicia una historia penosa como consecuencia de su alejamiento de la casa paterna. El hijo toca fondo en esa escalada de pecado y pérdida de su dignidad, situación expresada en esa humillante condición de ‘cuidador de cerdos’ (animal impuro para los judíos). El hijo, al caer en la cuenta de su estado deplorable decide volver a la casa paterna, esperando solamente ser tratado por el Padre como un jornalero más, pues es plenamente consciente de haber perdido todos sus “derechos” de hijo. Para su sorpresa el Padre lo estaba esperando, lo recibe lleno de alegría, hace una fiesta para celebrar su retorno; esto suscita el enfado y la envidia del hijo mayor, quien no acepta el comportamiento benevolente del Padre. El hijo mayor piensa en términos de justicia, méritos propios, el Padre en términos de misericordia y perdón.

El Apóstol Pablo, exalta el amor misericordioso que Dios ha tenido para con él. Pablo no saca a relucir ningún mérito propio sino sus pecados; pero, por sobre todo, la gracia de Dios: “Dios tuvo compasión de mí…” (1Tim 1, 13). Es esta experiencia fundamental de sentirse perdonado lo que ha cambiado radicalmente la vida del Apóstol, haciéndolo tomar conciencia clara que Dios no envió a su hijo a condenar al mundo sino para salvarlo, que Jesús no ha venido por los justos sino por los pecadores (Cf., Mt 9, 13). En consecuencia, si el hombre no se considera pecador, nunca experimentará la misericordia de Dios ni la alegría del perdón, no sentirá la necesidad de Dios.

En el Sermón de la Montaña Jesús nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). En Lucas se nos dice: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Ese mandato, como señala el Papa Francisco, “es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y paz” (Misericordiae Vultus, 13). Ese programa tiene que hacerse concreto en la vida diaria, en nuestras relaciones con los demás. “Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos” (Misericordiae Vultus, 9).

Los discípulos tienen el deber de testimoniar ante el mundo la misericordia de Dios. “Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús” (Misericordiae Vultus, 20). La Iglesia, como continuadora de la obra de Jesús, tiene que ser testimonio de la misericordia del Señor, de ello depende su credibilidad ante el mundo. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Misericordiae Vultus, 10).