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La Meditación Cristiana y El Uso de Métodos Orientales

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En las últimas décadas se ha expandido mucho, en el mundo occidental, la práctica de métodos y técnicas de meditación orientales, tales como el Yoga, en la búsqueda de una estado psicofísico de equilibrio y paz interior. En el ámbito cristiano muchos piensan que es posible aprovechar esos métodos, particularmente aquellas técnicas relacionadas a posturas y ejercicios (propios del Yoga, o del el Taichí moderno) que favorecen la concentración, preparando el cuerpo y la mente para la meditación. Es este contexto surge la cuestión: ¿Es posible, por ejemplo, separar del Yoga, los ejercicios y posturas que allí se practican, despojándolos de sus implicancias filosóficas y espirituales a las que están vinculados, para utilizarlos  en la meditación cristiana? La respuesta a la cuestión planteada exige tener la suficiente claridad sobre la real naturaleza e implicancia de esos llamados métodos orientales; y, al mismo tiempo, tener claro cuál es la enseñanza de la Iglesia acerca de la naturaleza de la oración y la meditación cristianas.

La Iglesia, a través de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en una Carta dirigida a los obispos del mundo (Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15 de octubre de 1989), se ha pronunciado sobre el tema del uso de los métodos orientales. Allí se precisa que “con la expresión ‘métodos orientales’ se entienden métodos inspirados en el hinduismo y el budismo, como el ‘zen’, la ‘meditación trascendental’ o el ‘yoga’. Se trata, pues, de métodos de meditación del Extremo Oriente no cristiano que, no pocas veces hoy en día, son utilizados también por algunos cristianos en su meditación” (en la nota N.° 1).

El Yoga no puede ser reducido simplistamente a un conjunto de posturas (asanas) y  ejercicios físicos de respiración (pranayama); esas son sólo dos de las ocho etapas del proceso, la última es la iluminación (samadhi). El Yoga es un sistema integrado de prácticas estrechamente vinculadas a una filosofía y “espiritualidad” oriental no cristiana; aun cuando el Yoga no pretende ser considerado como una religión, incluye una doctrina sobre el Yo o persona (y su destino final), ideas acerca del mundo y la divinidad. Dentro de esa concepción (común al Hinduismo, Budismo y Jainismo), Dios no es un ser personal. Se busca llevar al discípulo a la unión con una realidad impersonal espiritual llamada Brahman, unión que supone la disolución del Yo personal en el Todo indeterminado. A través de la meditación se pretende que el discípulo alcance la iluminación y, como consecuencia de ello, el Nirvana, que consiste fundamentalmente en la liberación de todo tipo de sufrimiento y ataduras, rompiendo con la cadena de reencarnaciones del alma. Esta concepción es totalmente contraria a la visión cristiana.

En el Cristianismo creemos en un Dios personal revelado en Jesucristo. El destino final del hombre no consiste en la disolución de nuestro Yo (persona humana) en un Todo impersonal panteísta. La felicidad es gozar de la presencia de Dios, en un encuentro personal con el mismo Dios (persona divina), dicho encuentro no destruye nuestro Yo sino que lo eleva, lo hace más persona; participa de la divinidad de Dios, sin llegar a ser nunca divino, porque nunca dejamos nuestra humanidad glorificada en la resurrección de Cristo, pues “nunca será posible una absorción del yo humano en el Yo divino, ni siquiera en los más altos estados de gracia” (Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, N.° 14). El hombre vive una sola existencia terrenal, después de la muerte viene el juicio de Dios, no existe la reencarnación. Creemos en la resurrección de los muertos y en la vida eterna junto a Dios. A través de la oración y meditación cristianas, movidos por el Espíritu Santo, somos llevados a una mayor comunión con Dios y a un mayor compromiso de caridad con los hermanos. La salvación no es liberarnos de una cadena de reencarnaciones que obedecen a una supuesta ley del karma, sino, el de ser liberados de nuestros pecados por la muerte redentora de Cristo en la cruz, haciéndonos partícipes del reino y la gracia de Dios.

El documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe precisa cuál es la naturaleza de la oración y meditación cristianas. “La oración cristiana está siempre determinada por la estructura de la fe cristiana, en la que resplandece la verdad misma de Dios y de la criatura. Por eso se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios” (Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, N.° 3). Se precisa que “la oración cristiana es siempre auténticamente personal individual y al mismo tiempo comunitaria; rehúye técnicas impersonales o centradas en el yo...” (N.° 3). Por otra parte, debemos también tener presente que “la auténtica mística cristiana nada tiene que ver con la técnica: es siempre un don de Dios, del cual se siente indigno quien lo recibe” (N.° 23). Las técnicas de oración serán válidas si se inspiran en los santos, en la vida de la Iglesia, teniendo como su fuente única, primera y última en Cristo y que nos conducen a Él.

Existe “una estrecha relación entre la revelación y la oración” (N.° 6). La fuente de la oración cristiana es la misma Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura, por ellos se nos exhorta a “descubrir el sentido profundo de la Sagrada Escritura mediante la oración «para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”» (N.° 6). La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, si bien es cierto que no hace una condena al uso de métodos y técnicas de meditación orientales, nos previene frente a potenciales peligros: “Con la actual difusión de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, nos encontramos ante un poderoso intento, no exento de riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana con la no cristiana” (N.° 12).

En el mismo número se señala la variedad de propuestas al respecto, las mismas que van desde aquellas que “utilizan métodos orientales con el único fin de conseguir la preparación psicofísica para una contemplación realmente cristiana”, pasando por aquellas que pretenden  utilizar dichos métodos para generar “experiencias espirituales análogas a las que se mencionan en los escritos de ciertos místicos católicos”; y, finalmente, estarían aquellas propuestas que desnaturalizan totalmente la experiencia cristiana de la oración y contemplación. El documento señala que las propuestas que planteen una armonización entre la meditación cristiana y técnicas orientales, “deberán ser continuamente examinadas con un cuidadoso discernimiento de contenidos y de métodos, para evitar la caída en un pernicioso sincretismo” (N.° 12).

Es posible tomar de los métodos y técnicas orientales de meditación lo que haya en ellos de útil, “a condición de mantener la concepción cristiana de la oración, su lógica y sus exigencias, porque sólo dentro de esta totalidad esos fragmentos podrán ser reformados y asumidos” (N.° 16); pero, en nuestra opinión, mayores son los peligros que los beneficios que pueda aportarnos aventurarnos en la práctica de métodos de meditación orientales. Los cristianos contamos con una enorme riqueza de tradiciones propias para ayudarnos en el camino de la oración, la meditación y la contemplación.