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Los Católicos Ante Leyes Contrarias a La Vida

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Los cristianos viven en el mundo “sin ser del mundo” (Cf., Jn 17, 14-16), es decir: reconocen la justa autonomía de las realidades terrenas, respetan y cumplen las leyes de la sociedad civil en que viven, con la convicción de que el Reino de Dios “no es de este mundo” (Cf., Jn 18, 36); comienza a realizarse en la tierra, pero sin reducirse a una realidad intramundana, sin confundirse con ningún proyecto político. Los cristianos, por otra parte, no pueden evadir su compromiso con el mundo, sino que deben contribuir al crecimiento del Reino y la llegada a su plenitud con la segunda venida de Cristo.

Hay situaciones en las cuales los cristianos afrontan graves conflictos de conciencia, cuando, por ejemplo, un Estado dicta leyes o normas que son contrarias a la “ley natural” o a la “ley divina”. En tales circunstancias, el cristiano está en la obligación de obrar según la recta conciencia y, llegado el caso, preferir “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). Las organizaciones católicas no pueden asumir una postura acomodaticia, ambigua, y menos apoyar a movimientos o grupos políticos que son contrarios a la enseñanza moral de la Iglesia. Al respecto, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe señala: “En circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas” (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, del 24 de noviembre de 2002, N.° 7).

Resulta una contradicción, por ejemplo, que quienes se profesan católicos apoyen con sus votos a quienes defienden posturas abiertamente contrarias a la ética cristiana. La Iglesia nos enseña que “la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica” (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, noviembre de 2002, N.° 4).

El magisterio de la Iglesia es bastante claro con respecto a la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, en tal sentido condena, sin medias tintas, el aborto y la eutanasia y cualquier otra forma que atente contra el derecho a la vida. Al respecto señala el Concilio Vaticano II: “Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes, 51). La Iglesia católica, a través de sus legítimos pastores, se ha pronunciado con especial énfasis en la defensa del derecho de la vida del no nacido; esto por cuanto esas vidas humanas son las más indefensas, las más vulnerables, la menos protegidas por el Estado, lo cual facilita un mayor grado de impunidad de quienes incurren en atentados contra la vida que se gesta en el vientre materno, aún en aquellos países que penalizan el aborto. Esto no quiere decir que a la Iglesia sólo le preocupa la defensa de la vida de los no nacidos (de los embriones y fetos).

Los católicos no pueden contribuir con su voto para que se promulguen o implementen leyes contrarias a la vida: “…debe quedar bien claro que un cristiano no puede jamás conformarse a una ley inmoral en sí misma; tal es el caso de la ley que admitiera en principio la licitud del aborto. Un cristiano no puede ni participar en una campaña de opinión en favor de semejante ley, ni darle su voto, ni colaborar en su aplicación” (Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe: Declaración sobre el aborto, del 18 de noviembre de 1974, aprobada por el Papa Pablo VI). Texto que es recogido por el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae, del 25 de marzo de 1995 (Cf., Evangelium Vitae, 73). Por extensión, tampoco los católicos pueden apoyar con su voto a candidatos (al gobierno o al congreso) que promueven leyes favorables al aborto. Al anunciar el Evangelio de la Vida, como decía el Papa Juan Pablo II, “no debemos temer la hostilidad y la impopularidad, rechazando todo compromiso y ambigüedad que nos conformaría a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12, 2)” (Evagelium Vitae, 82).

El Concilio Vaticano II es claro en afirmar que la vida, en todos sus estadios debe ser defendida. La Iglesia condena no sólo el aborto, el infanticidio y la eutanasia, sino todo tipo de homicidio, todo cuanto atenta contra la vida humana y ofende la dignidad de la persona, como por ejemplo: “Las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (Gaudium et Spes, 27). Lo que sucede con relativa frecuencia es que hay algunos pastores de la Iglesia que ponen mucho énfasis en condenar el aborto; pero, no ponen el suficiente ardor y vehemencia para defender otras formas de atentado contra la vida, como las que señala también el Concilio, con ello dan la errada impresión de que la Iglesia no se preocupa mucho por defender a los que son víctimas de condiciones laborales degradantes, a los niños que sufren desnutrición y que mueren por la desidia de las autoridades responsables o por la apatía de un Estado que no siempre está a favor de los más vulnerables, y que se preocupa más de las cifras macroeconómicas.

El compromiso en la defensa de la vida debe ser integral. Está muy bien que los pastores (obispos, sacerdotes y diáconos) hablen con valentía enseñando la doctrina de la Iglesia con respecto al aborto, pero no está bien si guardan silencio ante la violación de otros derechos humanos. No basta con decirles a los fieles que cuando elijan a sus autoridades hagan un voto de conciencia, hay que ayudarles a formar la conciencia política. Los fieles esperan de sus pastores orientaciones más claras, sin generalidades ni ambigüedades.