Si Escuchas Su Voz

No Pulvericemos La Esperanza

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El título de esta columna está tomado de la expresión del papa Francisco en su homilía durante la misa del Miércoles de Ceniza 2020. La Cuaresma—nos dice el Papa—“no es el tiempo para cargar con moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que nuestras pobres cenizas son amadas por Dios. Es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida. Estamos en el mundo para caminar de las cenizas a la vida. Entonces, no pulvericemos la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros” (Homilía del papa Francisco en la Basílica de Santa Sabina, el Miércoles de Ceniza. 26 de febrero de 2020).

La centralidad siempre está en Dios y no en la acción del hombre. Es Dios quien ha tomado la iniciativa en amarnos: “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1Jn 4, 19). Sin ese reconocimiento del amor de Dios es imposible la conversión y el cambio de vida. De ahí la exhortación del papa Francisco para evitar caer en “moralismos innecesarios”, como si la santidad fuera una obra del hombre y secundariamente de Dios: “la santidad no es asunto nuestro, sino gracia. Porque nosotros solos no somos capaces de eliminar el polvo que ensucia nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro corazón, puede sanarlo. La Cuaresma es tiempo de curación” (Homilía del papa Francisco, el Miércoles de Ceniza. 26 de febrero de 2020). Es recurrente, en las intervenciones del papa Francisco, su cuestionamiento a posturas neo pelagianas que exaltan las posibilidades del hombre relativizando los efectos de la gracia. De ahí que, con frecuencia, el papa Francisco enfatiza la condición humana frágil, pecadora, sin caer en el otro extremo, pues siempre destaca la fuerza del amor y la esperanza: “Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en maravilla” (Homilía del Miércoles de Ceniza, 2020).

En varios pasajes del Antiguo Testamento se pone de manifiesto la condición frágil del hombre. En el relato de la creación del capítulo segundo del Génesis se nos presenta la imagen del “Dios alfarero”: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2, 7). Después de la caída (en el relato del pecado original), Yahvé le hace recordar a Adán, que está hecho de la tierra: “Polvo eres y al polvo volverás” (Gn 3, 19). Esta frase bíblica nos es recordada al momento de la imposición de las cenizas, el Miércoles de Ceniza: “Acuérdate que ere polvo y al polvo volverás”. Una bella expresión veterotestamentaria de esa condición del hombre la encontramos también en el Génesis, cuando Abraham con mucha humildad invoca la compasión de Dios: “Sé que a lo mejor es atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza” (Gn 3, 27). De hecho, el término “humilde” viene del vocablo latino “humus”, el cual puede traducirse como “tierra”; lo cual sería una alusión al origen del hombre del “polvo de la tierra”. En el libro de Eclesiastés, que transmite una visión pesimista de la existencia humana, se nos dice que “todos caminan hacia una misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo” (Qo 3, 20). Obviamente, desde el sentido pleno de la Escritura, la Biblia nos presenta siempre un mensaje de esperanza. El cristiano confía en que el Señor de la vida, vencedor de la muerte, nos garantiza la vida eterna. Es Dios quien sostiene la creación con su soplo de vida (Cf., Jb 34, 14ss; Sal 104, 29).

Las cenizas que se nos imponen en el rito cuaresmal nos dicen que el hombre, ciertamente, es un ser que camina irremediablemente hacia la muerte; pero, a diferencia de lo que decía el filósofo Martín Heidegger (quien sostenía que el hombre es un “ser para la muerte”), nosotros, desde la fe, afirmamos que el hombre es un “ser para la vida”. El polvo que se nos impone en la cabeza—dice el papa Francisco—“nos devuelve a la tierra, nos recuerda que procedemos de la tierra y que volveremos a la tierra. Es decir, somos débiles, frágiles, mortales […] Somo polvo en el universo. Pero somo el polvo amado por Dios. Al Señor le complació recoger nuestro polvo en sus manos e infundirle su aliento de vida (cf., Gn 2, 7). Así somos polvo precioso, destinados a vivir para siempre. Somo la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria” (Homilía del Miércoles de Ceniza, 2020).

El hombre, desde la esperanza, tiene que reencontrar siempre el sentido último de su existencia finita en la tierra. No podemos dejar de preguntarnos siempre ¿para qué vivimos en este mundo? No se puede banalizar la existencia humana reduciendo la esperanza a una visión intramundana, lo cual implicaría, en palabras del papa Francisco, la “pulverización” de la esperanza cristiana. “Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al polvo, niego lo que Dios ha hecho de mí. Si vivo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo” (Homilía del Miércoles de Ceniza, 2020). 

Frente a una visión materialista de la existencia humana que pone su confianza en el dinero, se nos exhorta a ser “pobres de espíritu”, no tener ningún tipo de apego del corazón a las cosas materiales, eso nos permite tomar distancia de las cosas y tener la libertad de espíritu. Siempre debemos tener presente lo que nos dice el apóstol Pablo: “El amor al dinero es raíz de todos los males; y hay quienes, por codiciarlo, se han desviado de la fe y se han causado terribles sufrimientos” (1Tm 6, 10). En el Evangelio de Mateo se nos dice que el Reino de Dios es de los pobres de espíritu (Cf., Mt 5, 3). El papa Francisco nos hace reflexionar sobre el sentido de esa pobreza de espíritu. “Las riquezas de este mundo se van, y también el dinero. Los viejos nos enseñan que el sudario no tenía bolsillos. Es verdad. No he visto nunca detrás de un cortejo fúnebre un camión de mudanzas: nadie se lleva nada. Estas riquezas se quedan aquí” (Papa Francisco: Audiencia General en el Aula Pablo VI, el 5 de febrero de 2020). Nuestra reflexión sobre la finitud de nuestra existencia nos debe ayudar a tomar conciencia que somos ciudadanos del cielo y, en consecuencia, que debemos buscar las cosas de arriba (Cf., Col 3, 1).  Como bien señala el Papa: “Los bienes de la tierra que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos – en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo – nos salvará, permanecerá para siempre” (Homilía del Miércoles de Ceniza, 2020).