Si Escuchas Su Voz

Remar Mar Adentro

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En el evangelio de san Lucas leemos el episodio de la llamada que Jesús hace a sus primeros discípulos (Cf., Lc 5, 1-15). La escena se desarrolla a orillas del lago de Genesaret. Podemos recrear en nuestra imaginación dicha escena: junto al lago unos pescadores, después de una ardua jornada de trabajo que ha durado toda la noche, con una cierta frustración por no haber logrado pescar nada, han arrastrado su barcas hasta la orilla, están lavando las redes, con la esperanza quizá que la próxima vez tendrán éxito. Son curtidos pescadores, conocedores de su oficio, saben cuándo es el momento oportuno para echar las redes y para retirarlas. La suerte esta vez tampoco ha jugado de su parte. Estos hombres no pescan por ‘hobby’, o para distraerse en su momentos libres, sino que viven de ese oficio, de eso depende el sustento de sus familias, de modo que “no pescar nada” es una situación complicada y problemática. Estos hombres conocen bien la rutina de trabajo, no hay mayor novedad, como lo hacen actualmente los pescadores artesanales: echar las redes, esperan algunas horas para que queden atrapados los peces, luego las retiran, seleccionan los que sirven para vender (generalmente en la misma orilla del mar), echan al mar los peces pequeños, y regresan a casa con la ganancia del día. Estos pescadores artesanales saben, obviamente, que no pueden adentrarse en el mar más allá de ciertos límites, pues naufragarían con sus pequeñas y frágiles embarcaciones.

El Evangelio relata que Jesús subió a la barca de uno de esos pescadores, se alejó un poco de la orilla, y desde allí predicó a las multitudes; después de esto le dijo a Simón: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar” (Lc 5, 4); la propuesta de Jesús le pareció insólita, por eso le respondió: “Maestro, nos hemos pasado la noche entera bregando y no hemos cogido nada” (Lc 5, 5). Hay que ponernos en la situación de esos pescadores que, como hemos señalado, eran muy conocedores de su oficio, estaban seguros que no era el momento oportuno para echar las redes; además, sabían muy bien que Jesús no era un pescador, su oficio era el de “carpintero”,  ¿Qué podía enseñarles sobre faenas de pesca?; sin embargo, aquellos pescadores hacen un acto de humildad y se dejan guiar por un ‘carpintero’, “por tu palabra echaré las redes”, es decir: tienen que confiar en la palabra de Jesús, aun cuando por su experiencia consideraban que no tendrían éxito en un nuevo intento de echar las redes. Aquí la cuestión fundamental es la confianza, lo cual se expresa en el acto de remar mar adentro y echar las redes confiando únicamente en la palabra de Jesús.

Centramos esta reflexión, haciendo una lectura simbólica y espiritual, en la expresión “remar mar adentro”. ¿Qué implica esto para esos primeros discípulos? ¿De qué modo también nosotros resultamos implicados con ese ‘mandato’? “Remar mar adentro” puede implicar un acto de audacia, de alto riesgo, desafiar nuestros propios miedos, arriesgarnos a lo desconocido, lidiar con la incertidumbre, traspasar nuestras propias fronteras sin estar apoyados en algún tipo de seguridad. Aquellos pescadores tuvieron que superar sus resistencias, sus temores; pero, lo hicieron porque confiaron totalmente en la palabra de Jesús.

Hay diversos tipos de fronteras que nos impiden “remar mar adentro”. Algunas provienen de nosotros mismos, otras del contexto sociocultural en el cual vivimos; las segundas quizá sean las más difíciles de romper, pues tienen que ver con los condicionamientos culturales, con el modo de pensar de una época. Existen muchos libros de auto ayuda para vencer nuestros temores, para ser emprendedores y tener éxito en la vida, sobre todo desde el punto de vista empresarial. Hay también muchos gurús que nos dicen tener la fórmula exacta para lograr que seamos exitosos, todos están basados en la motivación generadora de la confianza en sí mismos, en el “sí puedo”.

Están muy de moda los talleres de coaching (“entrenamiento”) para desarrollar habilidades de liderazgo, automotivación, etc. En algunos grupos se entrena a los participantes con técnicas extremas para lograr vencer los miedos, como por ejemplo, haciéndolos caminar descalzos sobre brasas ardientes sin sufrir quemaduras. En la vida espiritual, no faltan también quienes se presentan como maestros de espiritualidad, escriben muchos libros al respecto y ofrecen talleres o “coaching espiritual.” En realidad el verdadero maestro de espiritualidad es Jesús, Él tiene la fórmula exacta para que seamos “exitosos” en la vida espiritual, sólo hay que seguirle, dejarnos conducir por Él a través del Espíritu. Dejemos que el Espíritu Santo sea nuestro “coach” (“entrenador”).

Con frecuencia nosotros mismos nos ponemos barreras, “establecemos fronteras” y nos auto convencemos de no ser capaces de ir más allá, preferimos navegar en la rutina de lo cotidiano. Nos miramos introspectivamente y tomamos conciencia de nuestra “miseria humana”, nuestras flaquezas, debilidades, nuestra propia historia de pecado, como dice el salmista “pecador me concibió mi madre” (Sal 50,7), o como Abraham que ante Dios se reconoce como “polvo y ceniza” (Cf., Gn 18, 17), o como Isaías que reconoce ser un “hombre de labios impuros” y no sentirse digno de anunciar la Palabra del Señor (Cf., Is 6, 5), y otras expresiones bíblicas que pueden sernos aplicables.

En la Biblia, sobre todo en los salmos, se enfatiza la necesidad del hombre de poner toda su confianza en Dios. “Dichoso el hombre aquél que en el Señor pone su confianza” (Sal 40, 5). El profeta Jeremías dice: “Dichoso quien confía en el Señor, pues el Señor no defraudará su confianza: será como un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto” (Jr 17, 7-8). Es la plena confianza en el Señor lo que nos permite vencer nuestros miedos. Nadie puede ser seguidor de Jesús sin confiar totalmente en Él.

Isaías, quien escuchó la voz del Señor: ¿“A quién enviaré? ¿Quién irá por mí” (Is 6, 8);  no obstante que reconoce su fragilidad e indignidad, respondió solícito: “Aquí estoy, mándame”, una respuesta clara y precisa, en la cual se expresa la voluntad del profeta para cumplir con la misión que el Señor le encomienda, sin ponerse a examinar las consecuencias de asumir dicho encargo. Confía en que el Señor lo sostendrá. Los primeros discípulos de Jesús, sin duda, eran también conscientes de sus propias limitaciones; el Evangelio nos relata que Simón Pedro,  se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8). Jesús le responde “no temas: desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). Aquellos humildes pescadores confiaron plenamente en la palabra de Jesús y aceptaron la invitación de seguirle: “Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5, 11), es decir: la confianza en Jesús es lo que les permite cruzar esa frontera que pensaban era infranqueable. El éxito de la acción evangelizadora tiene como componente fundamental la confianza en el Señor, en su presencia alentadora a través del Espíritu.