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Respetar La Tierra

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El Papa Francisco, en la Solemnidad de Pentecostés (el 24 de mayo de 2015), nos ha dado una esperada Carta Encíclica titulada Laudato Si’ (“Alabado seas…”) referida al cuidado de la naturaleza como nuestra “Casa común”, en la cual enfoca aspectos fundamentales sobre una problemática crucial para la supervivencia de la humanidad. Es importante fijarnos en lo que el mismo Santo Padre señala como “algunos ejes que atraviesan toda la encíclica”, entre esos ejes cabe destacar: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta”, “la convicción de que en el mundo todo está conectado”, “el valor propio de cada criatura”, y la necesidad de adoptar un nuevo estilo de vida (Cf., Laudato Si’, 16).

Hay, como dice el Papa Francisco, “una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo en nuestro planeta” (Laudato Si’, 19). El problema ambiental nos obliga a buscar soluciones prácticas inmediatas al calentamiento global que pone en grave riesgo la supervivencia de la especie humana en este planeta. Para buscar consensos, en los últimas años se han realizado varias cumbres mundiales sobre el medioambiente; sin embargo, los resultados no han sido muy satisfactorios; hay países industrializados que se niegan a cumplir con estándares que obligan a la reducción de la emisión de gases con efecto invernadero, otros que pretenden extender los plazos de moratoria para “seguir contaminando” el planeta; detrás de eso hay intereses económicos y geopolíticos de grandes potencias, las mismas que, aunque reconocen la gravedad del daño que ocasionan a la tierra, no asumen decisiones eficaces para resolver el problema.

La Encíclica del Papa, si bien es cierto que recoge la problemática general del problema ambiental y busca establecer un diálogo también con no católicos, no pretende, desde luego, enfocar el tema desde la perspectiva meramente científica. Sobre el problema ambiental ya se ha escrito bastante por especialistas, no son necesarios nuevos diagnósticos, sino una toma de decisiones eficaces. La Iglesia no pretende invadir el ámbito de lo científico y tecnológico, sino iluminar con la luz de la fe las realidades terrenas, pues nada que se refiera al hombre le puede ser ajeno. Desde esta perspectiva cabe centrar la reflexión en base a algunas cuestiones, como por ejemplo: ¿Cuál es el designio de Dios para el hombre con respecto a la naturaleza? ¿En qué sentido el hombre ha recibido el encargo divino de “dominar la tierra”?  ¿Cuál es el fin de la naturaleza? ¿En qué sentido la naturaleza también es “redimida”?

El hombre, como “ser en el mundo”, no solamente está en él como si fuera un ambiente externo que le rodea, sino que es también ‘parte’ del mundo, es naturaleza; y, al mismo tiempo, por su condición de ‘persona’ está en cierto modo ‘separado’ del mundo, no es un elemento más de la sustantividad del cosmos. El hombre, pues, tiene algo de ‘común’ con los animales, las plantas, y con las mismas cosas meramente materiales e ‘inanimadas’; pero, por su condición de persona, en cuanto que se ‘autoposee’ o  ‘autopertenece’, se distingue y separa de todas ellas. El hombre no sólo tiene naturaleza, no sólo tiene materia, sino que es naturaleza, es materia, aunque no sea puramente materia. El hombre, por otra parte, no está solo en el mundo, sino que está rodeado de otras realidades personales y no-personales, su existencia no puede estar al margen de esas realidades, sino en armonía con ellas. El hombre tiene que reconciliarse con la naturaleza porque de ella depende su subsistencia en el planeta. Este mundo, por otra parte, es un mundo común, es un mundo social, pues los “otros” seres humanos que lo comparten, en cuando personas, no son objetos, sino que tiene derechos inalienables; uno de esos derechos es a vivir en un ambiente saludable. Nadie puede irrogarse el derecho a depredar la naturaleza, legando a las generaciones futuras un ambiente inhabitable. El mandato divino de “dominar” la tierra (Cf., Gn 1, 28), no implica, como dice el Papa Francisco, un “dominio absoluto sobre las demás criaturas”, como si pudiéramos disponer de ellas sin ninguna restricción, no es una carta abierta para una “explotación salvaje de la naturaleza” (Cf., Laudato Si’, 67), “la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de  las demás criaturas” (Laudato Si’, 68).

Cada criatura, como nos enseña la Iglesia, tiene un valor propio, ninguna de ellas es superflua, y Dios ama toda su creación. El mundo ha sido creado por la voluntad libérrima de Dios, no es el resultado del azar y del caos que se auto-ordena, como sostienen en el fondo los que niegan la existencia de Dios. El Papa Francisco nos hace recordar que el universo tampoco ha surgido como resultado de la omnipotencia arbitraria de Dios, sino por su designio libre y amoroso. “El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado» (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, Él lo rodea con su cariño (Laudato Si’, 77). Lo expresado anteriormente es motivación y fundamento suficiente para respetar la naturaleza y a todas las criaturas, y para amarlas porque Dios las ama.

La Encarnación del Hijo de Dios introduce una innovación radical en el orden de la naturaleza, y de la materia misma. Por la Encarnación el Verbo de Dios, que estaba en el principio junto a Dios, y que era Dios (Cf., Jn 1, 1ss), se hizo hombre (Jn 1, 14), es decir: asumió la condición humana en todo, menos en el pecado; Dios se hizo naturaleza humana sin perder su condición divina. Al asumir la condición humana en la persona del Verbo, el Hijo de Dios asumió también la materia, y, en ese sentido, “Dios se hizo materia”, asumió la realidad cósmica. Esto, desde luego, no puede confundirse con una visión panteísta, donde Dios es materia y la materia es Dios; pero, no cabe duda que Dios está presente en toda la realidad. Para la experiencia cristiana, nos dice el Papa Francisco, “todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva” (Laudato Si’, 235).

La Redención obrada por Jesús alcanza al hombre entero como ser corpóreo espiritual; alcanza al cuerpo, a la materia en su totalidad, en ese sentido, la Redención tiene también un alcance cósmico, tal como lo entiende el Apóstol Pablo: “La creación entera gime hasta el presente, con dolores de parto, esperando ser liberada” (Rm 8, 22). El designio de Dios sobre el mundo no es la destrucción sino la trasformación del mismo con la nueva creación y recreación alcanzada en Cristo.