Si Escuchas Su Voz

‘Hijo de Dios’ e ‘Hijo del Hombre’ en el Evangelio de Marcos

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Los cristianos profesamos que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, en todo igual a nosotros, menos en el pecado. En Cristo subsiste una sola persona (la segunda persona de la Santísimo Trinidad) y dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza humana. En los primeros siglos del cristianismo hubo muchas disputas trinitarias originadas por una falta de comprensión del misterio de Cristo, el Dios encarnado que sin dejar de ser Dios se hizo hombre asumiendo para siempre nuestra naturaleza. El uso del concepto de persona (de creación cristiana) y el concepto de naturaleza (de la filosofía griega) permitió a la teología desarrollarse y contrarrestar las herejías como el triteísmo, el modalismo, o el arrianismo (que negaba la divinidad de Cristo), entre otras. La distinción entre naturaleza y persona fue clave para entender la realidad ontológica de Cristo. Por otra parte, siempre ha existido el riesgo enfatizar lo divino en Cristo opacando su humanidad, o viceversa: enfatizar lo humano opacando su divinidad. La fe nos dice que Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre.

El Evangelio de san Marcos, afirmando con toda claridad la divinidad de Jesús, destaca su humanidad. Marcos aplica a Jesús títulos como “Hijo de Dios”. El propio evangelista comienza su Evangelio refiriéndose a Jesucristo como “Hijo de Dios” (Mc 1,1). En el bautismo en el Jordán, el Padre eterno proclama a Jesús como su Hijo amado: “Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’” (Mc 1, 11). En el episodio de la Transfiguración, nuevamente una voz desde la nube proclama: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo” (Mc 9, 7). Hasta los demonios reconocen a Jesús como el “Hijo de Dios”: “Los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (Mc 3, 11). Marcos relata que el endemoniado de Gerasa, al ver de lejos a Jesús, corrió hacia Él, se postró y gritó muy fuerte: “¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes” (Mc 5, 7) En la cruz, cuando Jesús había expirado, el centurión romano que había contemplado la escena de la crucifixión exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Marcos se refiere a Jesús como “Hijo de Dios” en cuanto que participa de la naturaleza de Dios.

Marcos, por otra parte, usa el título de “Hijo del hombre”, para expresar que Jesús es descendiente de Adán, para significar que es verdaderamente hombre, solidario con los hombres. Jesús se refiere a sí mismo como “Hijo del hombre” (Cf., Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33; 10, 45; 14, 21): “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres…” (Mc 9, 31). Este título enfatiza también un aspecto glorioso, con alusiones a la visión del profeta Daniel (Cf., Dn 7, 13-14) y a la Parusía (segunda venida de Jesús), cuando el Hijo del hombre “venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8, 38); “verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria” (Mc 13, 26).  Cuando el Sumo Sacerdote le pregunta a Jesús: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios Bendito?” Jesús le responde: “Sí, Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14, 62). El título de “Hijo del hombre” atribuido a Jesús predomina en Marcos sobre todo después de la confesión de Pedro. Hijo del hombre expresa también la solidaridad con los hombres. En la parábola del juicio final (propia del evangelista Mateo) Jesús es juez en la medida que se ha hecho solidario con los hombres, identificándose con el hambriento, el sediento, el forastero, el enfermo, el encarcelado; en definitiva, con los excluidos de la sociedad (Cf., Mt 25, 31-46).

San Marcos, a diferencia de los otros evangelios, subraya de una manera especial la humanidad de Jesús, sus sentimientos. Veamos algunos ejemplos: Jesús se compadece de un leproso, extiende su mano y lo toca (Mc 1, 41); igualmente, en Mc 6, 34 se dice que Jesús al ver la multitud que estaban sin comer “sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas sin pastor”, en muchos otros pasajes se resalta el sentimiento de compasión.

Jesús también tiene sentimientos muy humanos como la ira o cólera, tristeza, alegría, ternura, miedo, pavor, angustia. En Mc 3, 5, se nos narra que Jesús constatando la dureza de corazón de escribas y fariseos, los miró “con ira, apenado por la dureza de su corazón…” (Mc 3, 5). Expresa indignación: “Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: ¿Por qué esta generación pide una seña?” (Mc 8, 12). Siente ternura para con los niños: tomó a un niño y “lo estrechó entre sus brazos” (Mc 9, 36); “abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10, 14). Al joven rico que le manifestó ser un cumplidor de los mandamientos de la ley de Dios, san Marcos relata que Jesús puso su mirada en él y le amó (Mc 10, 21). En Getsemaní, momentos previos a la su Pasión, san Marcos nos relata que Jesús “comenzó a sentir pavor y angustia” (Mc 14, 33).

En definitiva: La lectura del Evangelio de Marcos nos permite descubrir a un Jesús muy humano, muy cercano a nosotros. Jesús, según en el Evangelio de Marcos, no obstante su condición divina, no es una especie de superhombre, sino un hombre muy humano: ríe, se entristece, siente ternura, se enfurece, se indigna, experimenta el miedo y la angustia. Cuando nosotros, como seres humanos experimentamos todos esos sentimientos podemos sentirnos más identificados con Él. Jesús no es un personaje lejano, sino alguien que compartió y comparte nuestra condición humana, en todo igual a nosotros “menos en el pecado”. Es importante destacar lo último: “menos en el pecado”. No podemos pensar que Jesús pudiera sentir, por ejemplo, las bajas pasiones que dominan a muchos como consecuencia del pecado. Jesús, obviamente, es la santidad plena, no cometió ningún pecado (de pensamiento, palabra, obra, u omisión). Jesús, como el siervo sufriente del cual habla el profeta Isaías “cargó con todos nuestros pecados” sin que nunca él hubiera cometido pecado. Lo cual no significa que Jesús no hubiese sido puesto en tentación. Jesús fue varias veces tentado por el diablo, pero jamás sucumbió a esas tentaciones. Los actos son siempre atribuibles a la persona (no a la naturaleza); y, no olvidemos que la única persona de Jesús es la segunda persona de la Trinidad, resultando, pues totalmente absurdo pensar que Jesús hubiera pecado. La unión de la naturaleza divina con la humana en la única persona no anuló a la naturaleza humana. En ese sentido, Jesús nunca dejó de ser plenamente hombre. Como ser humano puede comprender a los hombres, pues es de nuestra condición humana, sin dejar de ser Dios.