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La Fecundidad del Matrimonio

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A diferencia del anterior Código de Derecho Canónico del año 1917, que en el canon 1013 & 1 estableció como fin primario del matrimonio “la procreación y la educación de la prole”, el Código actualmente vigente desde el año 1983, en el canon 1055 & 1, no hace una jerarquización de los fines del matrimonio; se refiere al matrimonio como la unión entre un varón y una mujer (libre de impedimentos), para constituir un consorcio para toda la vida “ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”; dicha unión matrimonial—se precisa en el canon precitado—“fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento”. El concepto de “bien de los cónyuges” es bastante amplio como para englobar otros fines del matrimonio (objetivos y subjetivos). El bien de los cónyuges, desde luego, no puede excluir voluntariamente la apertura a la generación de la prole. El Concilio Vaticano II ya había hecho un cambio de giro a la concepción de los fines del matrimonio del anterior Código de Derecho Canónico. En los documentos del Magisterio se dejó de lado considerar como uno de los fines secundarios del matrimonio el “remedio a la concupiscencia”. Dicho de otro modo, las personas no se casan para “remediar” o “aplacar” la concupiscencia de la carne. Es el amor lo que está a la base del matrimonio y la voluntad libre de los contrayentes que no están inmersos en los impedimentos establecidos en las leyes civiles y en el Código de Derecho Canónico (para los que son católicos).

Está claro que para la doctrina de la Iglesia Católica está excluida por siempre la posibilidad de considerar matrimonio la unión de dos personas del mismo sexo. Cabe también destacar que se mantiene incólume la enseñanza del magisterio de la Iglesia sobre la apertura a la generación (procreación) en todo matrimonio. En otras palabras: no se cumple con los fines del matrimonio si quienes se casan deciden libre y voluntariamente no tener nunca hijos (pudiendo procrear).

A este punto nos preguntamos ¿Qué sucede en el caso de matrimonios que no pueden procrear hijos, por impotencia o esterilidad?, pues en tal caso pareciera que no se cumple con los fines del matrimonio. El Código de Derecho Canónico vigente establece cuáles son los impedimentos dirimentes para contraer válidamente matrimonio. En el canon 1084 &1 se establece que “la impotencia antecedente y perpetua para realizar el acto conyugal, tanto por parte del hombre como de la mujer, ya absoluta ya relativa, hace nulo el matrimonio por su misma naturaleza”; sin embargo, el matrimonio puede realizarse si hay una duda razonable de estar o no inmerso en esa causal de impotencia (Cf., c. 1084, & 2). Si la impotencia se adquiere después de consumado el matrimonio entonces se sobreentiende que no se la considera como causal de nulidad. En el & 3 del c. 1084 se establece que “la esterilidad no prohíbe ni dirime el matrimonio, sin perjuicio de lo que se prescribe en el c. 1098”. El canon 1098 establece que “quien contrae matrimonio engañado por dolo provocado para obtener su consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal, contrae inválidamente”. De este modo, por ejemplo, si uno de los contrayentes oculta, de manera dolosa, su condición de estéril a la otra parte, con la finalidad de poder ser aceptado, entonces incurrirá en una causal de nulidad del matrimonio; pero, si se la comunica previamente y la otra parte lo acepta entonces pueden contraer matrimonio válidamente.

Llama la atención que a la esterilidad (antecedente y perpetua) no se la considere como impedimento dirimente del matrimonio, pero sí la imponencia “antecedente y perpetua” ¿Cuál es la razón de fondo? ¿Se podría concluir señalando que la generación de la prole no es un fin esencial del matrimonio? En lo que sí estamos totalmente seguros es que el matrimonio siempre debe estar abierto a la fecundidad, es decir: no se puede tomar la decisión de excluir la generación de la prole en un matrimonio. En una sociedad en la que se promueve la cultura del “bienestar material” hay muchas personas que no quieren asumir la responsabilidad de criar y educar hijos, porque los consideran una “carga pesada”. No faltará quienes deciden casarse para compartir su vida, pero excluyendo, por decisión propia, la posibilidad de tener hijos. No analizaremos aquí este tipo de mentalidad que podría estar presente también en algunos que se profesan católicos.

Lo que aquí nos interesa analizar es la situación de las parejas casadas que deseando procrear hijos no pueden conseguirlo, por problemas de fertilidad. La ciencia y la tecnología han avanzado rápidamente y existen procedimientos de fecundación asistida, miles de clínicas tienen como negocio ayudar a parejas (y también a quienes no tienen pareja) a lograr su deseo de convertirse en padres o madres (también padres solteros y madres solteras), al margen muchas veces de consideraciones de tipo ético. El magisterio de la Iglesia ha rechazado la manipulación de embriones, la fecundación in vitro y el posterior trasplante de embriones; con mayor razón rechaza los “vientres de alquiler” y otras formas no concordes con los principios de la ética cristiana. De este modo, un matrimonio católico que quiera mantenerse dentro de la enseñanza de la Iglesia no podría recurrir a los métodos de reproducción asistida cuestionados por la Iglesia. ¿Qué puede hacer un matrimonio cristiano que desea tener hijos si no pueden lograrlo de manera natural?

Una primera respuesta que se les suele dar es que opten por la adopción legal, pues hay muchos niños en situación de abandono que esperan ser adoptados. Al margen de los procedimientos engorrosos para lograr una adopción, cabe preguntarse si esa es la única salida. No habría que excluir a priori todas las formas de reproducción asistida, sino aquellas que son contrarias a la ética cristiana. Hay pastores que recomiendan a esas parejas aceptar simplemente su situación de ser un matrimonio sin hijos y entregar su vida a alguna causa noble. De hecho, hay muchas parejas que, al no poder tener hijos, se entregan más al servicio de la Iglesia en la evangelización y proyectos de ayuda solidaria. Un matrimonio sin hijos propios es perfectamente viable, cumpliéndose con el fin del matrimonio referido a la búsqueda del bien mutuo de los cónyuges.

Si no se tiene la fortuna de tener hijos en un matrimonio, esta unión de por vida no pierde su sentido y significado. Los esposos pueden tener sobrados motivos para hacer de su unión un acontecimiento feliz y duradero. Si un matrimonio que no puede tener hijos decide por no adoptar, de ahí no se puede concluir que sea por motivos egoístas. Las parejas deben discernir, ayudados por la fe y la oración, cómo se reformula su proyecto de vida en común, el cual fue pensado inicialmente contando con tener hijos. Siempre encontrarán buenas alternativas. Lo importante es mantener la esperanza y el optimismo, con la suficiente apertura de espíritu para acoger la voluntad del Señor.