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Nuestros Deberes como Mandatos de Dios

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Podríamos imaginar cómo sería una sociedad donde todos cumplieran con sus deberes? Sin duda que no existe tal sociedad y nunca llegará a existir, al menos en este planeta; sería una “sociedad utópica” en el sentido etimológico del vocablo “utopía” (lo que “no tiene lugar”). En el pasado varios autores, como Platón, Tomás Moro, entre otros, describieron modelos de sociedad con carácter de utopía. En Tomás Moro, su descripción de “Utopía” era una forma literaria de cuestionar los vicios de la sociedad de su tiempo. En ese sentido, las utopías cumplen un rol importante: son como un espejo para mirar nuestra sociedad real, cuestionándola, a fin de transformarla.

Si imaginamos esa sociedad ideal donde “todo el mundo cumple con sus deberes”, tendríamos que allí no habría necesidad de castigos, no existirían cárceles, no habría robos, crímenes; no habría niños y ancianos abandonados. En definitiva: sería un mundo totalmente distinto al que conocemos. Nada más cumpliendo nuestros deberes transformaríamos ese mundo.

El filósofo E. Kant decía que a la raíz de la moral está en el cumplimiento del “deber por el deber”. Para saber si una acción es moral, según el filósofo, hay que preguntarnos si fue hecha exclusivamente por cumplimiento de la ley moral, por puro deber, sin ningún otro tipo de motivación (como podría ser “sentirse bien”, alcanzar la felicidad, o ganar la vida eterna). La razón, la ley moral, según Kant, es la que determina a la voluntad para obrar, excluyendo cualquier sentimiento de dolor o de placer. La búsqueda de la felicidad, según Kant, no puede ser nunca el motor de nuestro obrar moral. Reconoce que todos tienen el anhelo de ser felices, como ya lo había dicho Aristóteles; pero, en oposición a Aristóteles, que niega, que la búsqueda de felicidad sea lo que nos mueve a obrar.

Ahora bien, como señalaba el filósofo español Xabier Zubiri, una moral que ignore la búsqueda de la felicidad, o algún tipo de bienestar, es una moral quimérica, imposible de practicar. La moral, decía Zubiri, desborda el ámbito del deber, pues hay muchas cosas que no estamos obligados a hacer y, sin embargo, hacerlas o dejarlas de hacer tiene una connotación moral. Estamos de acuerdo con lo dicho por Zubiri; pero, si solo cumpliéramos con nuestro deber no sería poca cosa, pues eso bastaría para cambiar nuestra sociedad. Si las personas ni siquiera cumplen con sus deberes fundamentales ¿Cómo podríamos pedirles que vayan más allá del deber?

La verdadera religión, decía E. Kant, consiste en “cumplir nuestros deberes como si fueran mandatos de Dios”. Cumpliendo nuestros deberes, decía el precitado filósofo, estamos ya sirviendo a Dios. Kant, por otra parte, no pretende reducir la religión a la práctica de la moral; aunque considera que el camino de la moral nos lleva necesariamente a Dios. Kant no hace una identificación entre moral y religión. Lo que nos dice es que debemos cumplir nuestros deberes “como si” fueran mandatos divinos (aunque de suyo no lo son). Además, muchos de nuestros deberes están ya contenidos de alguna u otra forma en el decálogo (los diez mandamientos).

¿Por qué se nos hace difícil cumplir con nuestros deberes? Nos referimos a deberes habituales, como es, por ejemplo, el deber de los padres de alimentar y cuidar de sus hijos; el deber de los hijos adultos de atender a sus padres ancianos en estado de necesidad, el deber de los empleadores de pagar un salario justo a sus trabajadores, el deber de hace bien el trabajo por el cual no pagan, el deber de un funcionario público de no usar en provecho propio los bienes del Estado, el deber de cuidar la naturaleza, cuidar la vida, entre otros tantos deberes. Las personas suelen encontrar muchas justificaciones para incumplir con sus obligaciones. Es muy difícil encontrar personas que puedan decir con honestidad: “yo siempre he cumplido con todos mis deberes”. Es más, pareciera que debemos conformarnos diciendo que es natural, que no se puede evitar, que las personas incumplan con sus deberes. Por eso mismo existen los mecanismos para reprimir conductas reprochables en la sociedad. Todo país tiene su código penal, en el cual se especifican las conductas consideradas como delitos, muchas de las cuales conllevan a una sanción de pena privativa de la libertad. Las estadísticas, sin embargo, prueban que, aunque se aumenten las penas para determinados delitos, esto no contribuye en realidad a la disminución de los mismos. Es decir, el endurecimiento de las penas no tiene el efecto disuasivo esperado. Ni siquiera en el caso extremo de la aplicación de la pena de muerte, que lamentablemente todavía es aplicada en muchos países.

A la raíz de la incapacidad del hombre para cumplir con todos sus deberes está el misterio del mal, que nos remite finalmente al pecado original. Si bien es cierto que hemos sido redimidos del pecado con la muerte de Cristo en la cruz, nuestra naturaleza ha sido afectada en el sentido que hay en nosotros una resistencia a obrar el bien. En definitiva: el hombre ha dejado a sus solas fuerzas, sin la gracia divina, no puede obrar el bien. El salmista clama a Dios diciendo: “Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 50, 7). El apóstol Pablo decía, “no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero” (Rm 7, 19). El mismo Jesús nos dice en el Evangelio: “Sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). En resumen: el hombre sin la gracia de Dios no hace más que pecar; el hombre puede obrar el bien con la gracia de Dios. Sólo en la medida en que estamos unidos a Jesús, podremos obrar el bien. Por ello, todas las obras buenas que hacemos, no son en sentido estricto obras nuestras, son obras de Dios, que nos son atribuidas como mérito por pura gracia. Pensar que podemos hacer el bien sin la ayuda de Dios es una concepción pelagiana. Pensar que hay una mutua colaboración, en el sentido que una parte del bien hecho corresponde a nosotros y otra parte a la gracia divina, es una concepción semipelagiana. Pelagianismo y semipelagianismo son herejías muy antiguas que han sido condenadas por la Iglesia.

¿Podemos, entonces, cumplir con nuestros deberes para construir un mundo mejor? La respuesta es sí, con la gracia de Dios; solos nunca podremos. Dios no nos niega su gracia, pues sin ella no podríamos obrar el bien. ¿Estará obligado a darnos su gracia? La gracia siempre es un don de Dios, Él la da a quien quiere. Nosotros, desde luego, no podemos exigir que nos dé su gracia, sino orar para pedir su gracia. La fe misma, si bien es una respuesta libre del hombre al Dios que se revela, es sobre todo un don de Dios. Es Dios quien, con su gracia, nos mueve interiormente, a través el Espíritu Santo, para que podamos responder con la fe. Nadie se convierte si no es movido por el Espíritu Santo. Nadie llega a la fe si no es movido interiormente por la gracia. Esforcémonos, pues, por cumplir nuestros deberes “como si fueran mandatos de Dios”, para ello contamos con su gracia.