Que Sus Recuerdos Sean una Bendición

Venerable Félix Varela (1788-1853)

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Quinta parte en una serie

Desde sus inicios en 1808, la diócesis (más tarde arquidiócesis) de Nueva York puede contar entre sus sacerdotes y obispos gigantes espirituales, párrocos solícitos y generosos, eruditos, almirantes, reformadores sociales, solidos titanes, y el padre Félix Varela, el “Benjamín Franklin de Cuba". El padre Varela nació el 20 de noviembre de 1788 en La Habana, Cuba. Su padre, un súbdito español, y su madre, oriunda de Cuba, murieron cuando Félix había cumplido solo tres años. El padre Félix fue criado en la ciudad de San Agustín, Florida, por su abuelo, el teniente Bartholome Morales, quien, en 1796, se desempeñó brevemente como gobernador interino del este de la Florida, 13 años después de que la Florida regresara al dominio español después de la derrota de los británicos ante el naciente Estados Unidos. Destinado a una carrera militar, el joven Félix sintió un llamado al sacerdocio y, a los 14 años, regresó a La Habana para asistir al Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Varela fue ordenado sacerdote en 1811 para la Diócesis de San Cristóbal de la Habana, y en un año, el padre Varela dotado académicamente, fue nombrado miembro de la facultad del seminario de La Habana.

El padre Varela instituyó las reformas necesarias en el seminario de La Habana, como una renovación del estudio de la filosofía tomista en el seminario (dos generaciones antes de que el papa León XIII publicara su encíclica Aeterni Patris de 1879, reviviendo el estudio de la escolástica en la formación del seminario). Aunque estudiante de filosofía y profesor de formación, Varela tenía un gran interés en materias tan variadas como política, economía, historia, física, química y agricultura.

En 1821, Varela fue elegido delegado colonial ante las Cortes españolas (parlamento), donde trabajó en Madrid por la abolición de la esclavitud y una mayor autonomía en las colonias españolas. Varela y otros de las Cortes con ideas afines provocaron la ira del rey Fernando VII, quien posteriormente desmanteló las Cortes. Varela huyó de España y, excluido de la Cuba gobernada por España, buscó asilo político en los Estados Unidos. Varela llegó a Nueva York en diciembre de 1823 y pasó los siguientes dos años traduciendo al español el Manual de Práctica Parlamentaria de Thomas Jefferson y estudiando química y agricultura.

En 1825, Varela se trasladó a Filadelfia, en ese momento la capital intelectual de los Estados Unidos. Ahí, el padre Varela fundó El Habanero, que se cree fue el primer periódico hispano-católico en los Estados Unidos. Varela fue uno de los primeros intelectuales cubanos en pedir la independencia de España. Defensor de lo que llamó una "guerra de la razón", Varela evitó la violencia y el derramamiento de sangre. Un año después, el padre Varela fue recibido en Nueva York por el padre John Power, quien se había convertido en administrador apostólico de la Diócesis de Nueva York tras la muerte del segundo obispo de Nueva York, John Connolly, OP. El padre Power discernió que este sacerdote cubano- intelectual y patriota sería un gran elemento para la incipiente diócesis que abarcaba todo el estado de Nueva York y el norte de Nueva Jersey. Según el difunto monseñor Florence Cohalan, autor de “Una historia popular de la Arquidiócesis de Nueva York”, Varela fue el primer sacerdote de habla hispana en servir en la Diócesis de Nueva York.

Una vez en Nueva York, el padre Varela pasó sin esfuerzo de la academia y la política al trabajo parroquial, sirviendo en medio de la comunidad irlandesa en la parroquia de San Pedro en la calle Barclay. Poco después, Varela solicitó fondos de amigos para comprar la cercana Iglesia Episcopal de Cristo ubicada en la calle Ann. En 1833, la Iglesia de Cristo se disolvió y la congregación existente se convirtió en la parroquia de San Jaime en la calle de su mismo nombre y la parroquia de la Transfiguración en la calle Mott, esta última atendida por el padre Varela. Su éxito pastoral, particularmente con la floreciente comunidad de inmigrantes irlandeses en Nueva York, atrajo la atención del tercer obispo de Nueva York, John Dubois, quien, en 1829, nombró a Varela vicario general de la Diócesis de Nueva York.

El 20 de septiembre de 1829, el obispo Dubois partió de Nueva York hacia Roma, regresando a los Estados Unidos el 20 de noviembre de 1831. Durante sus dos años de ausencia, el padre Varela se desempeñó como administrador de la diócesis y representó a Dubois en la Primera Conferencia Provincial Concilio de Baltimore (1829) y el Tercer Concilio Provincial de Baltimore (1837), los precursores del siglo XIX de las reuniones bianuales que celebra la actual Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

En 1831, se le pidió al padre Varela que participara como miembro fundador de la Universidad de Nueva York, oferta que rechazó. Siempre párroco, Varela contaba como uno de sus amigos más cercanos, el padre Alessandro Muppiatti, un monje cartujo que salió de Italia en busca de asilo político en Nueva York. Se cree que fue el primer sacerdote italiano en servir en Nueva York, el padre Muppiatti se desempeñó como asistente del padre Varela en la parroquia de la Transfiguración desde 1842 hasta la muerte del primero en 1846.

Cansado de sus deberes pastorales y administrativos, y emocionalmente agotado de su enérgica y apasionada defensa de la Iglesia a raíz de un creciente y virulento sentimiento anticatólico en los Estados Unidos, el padre Varela regresó a la ciudad de San Agustín en 1850. Ahí, Varela tomó como su residencia un pequeño cobertizo de madera adyacente a la escuela de la Catedral de San Agustín, viviendo en la enfermedad, la oscuridad y la pobreza agobiante. Un grupo de amigos cubanos se enteró de la difícil situación de Varela, recolectó una gran suma de dinero y envió el regalo a Varela, solo para descubrir que el padre había muerto el 25 de febrero de 1853. El dinero se utilizó para construir un mausoleo en el cementerio histórico de Tolomato de la ciudad. Antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, los restos de Varela fueron trasladados desde la ciudad de San Agustín y enterrados nuevamente en la Universidad de La Habana.

En 1983, la Congregación para la Causa de los Santos encargó a la Arquidiócesis de La Habana las investigaciones sobre la heroica santidad del padre Varela. A fines de la década de 1990, el padre Varela fue declarado “Siervo de Dios” y el 12 de abril de 2012, la Congregación para la Causa de los Santos le otorgó a Varela el título de “Venerable”. Bien en el camino hacia la beatificación y la santidad, este héroe del pueblo cubano dejó su huella como el apóstol de los inmigrantes irlandeses en Nueva York y un faro de pensamiento y libertad religiosa, intelectual y política.