Si Escuchas Su Voz

Padecer la Injusticia antes que Cometerla

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Hay preguntas existenciales que muchos se hacen y que parecen no tener una respuesta clara y convincente, tales como ¿Por qué debemos practicar la justicia cuando parece que al justo siempre le va mal en esta vida? ¿Por qué Dios no acude en ayuda de los que son víctimas de la injusticia y permite el sufrimiento de los inocentes? Los seres humanos, como todos los seres vivientes, tienen un instinto de supervivencia que les permite rehuir naturalmente al sufrimiento, el dolor y la muerte. Solo el hombre es capaz de superar ese instinto natural, siendo capaz de entregar su vida libremente. Ahora bien, algunos se preguntan ¿Será posible que alguien entregue su vida por otro sin ninguna esperanza de recompensa eterna?

En la República de Platón, uno de los interlocutores llamado Trasímaco, dice: “Hay que observar, candidísimo Sócrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto” (La República, 343d); en ese sentido, señalaba Trasímaco, “la vida del injusto es preferible a la del justo” (La República, 347e). Platón (hablando a través de Sócrates), hace una cerrada defensa de la justicia (Cf., La República, 368b), exponiendo las razones y motivos por los cuales los hombres debían practicar la justicia, decía que “es mejor padecer la injusticia antes que cometerla”. El discurso de Platón defendiendo la justicia se fundaba en una argumentación en la cual se aducen principios de la razón para fundamentar que “jamás la injusticia es más provechosa que la justicia” (La República 354a); pero, todos somos conscientes que las razones humanas no bastan para justificar un obrar ético o la entrega de la propia vida por una causa justa. Finalmente, la ética tiene que abrirse a la fe. El mismo filósofo Kant, en su Crítica a la Razón Práctica, se convenció finalmente que la moral es un camino que conduce a la religión. En realidad, nadie da la propia vida a favor de otros sin creer en una recompensa eterna. Aquel que es capaz de llegar hasta el sacrificio por amor a sus semejantes, cree en la vida eterna, aun cuando se profese, de palabra, como no creyente.

En el libro de la Sabiduría (Cf., Sb 2, 12.17-20) se nos plantea la cuestión ¿Por qué Dios permite el sufrimiento del justo, del inocente?, ¿Por qué no acude en su auxilio para librarlo de la persecución de los malvados y de la muerte? Son cuestiones sobre las cuales se ha debatido mucho, también entre los teólogos. Las respuestas no convencen a todos. Ya en el Antiguo Testamento se planteaba el tema del sufrimiento del justo. Al comienzo se pensaba que la enfermedad, el sufrimiento eran consecuencia de los pecados personales o como castigo por los pecados de los padres. Posteriormente se pensó que Dios permitía el sufrimiento para probar al justo, pero que finalmente le recompensaba en esta vida por haberse mantenido fiel, tal es el caso, por ejemplo, de Job, quien fue sometido a las más duras pruebas (perdió todos sus bienes, sus amigos, la salud). El libro de Job termina contándonos que Dios retribuyó con creses la fidelidad de Job en esta vida: “Después Yahveh restauró la situación de Job […]; y aumentó el doble todos los bienes de Job” (Jb 42, 10). Esa tesis del judaísmo antiguo, sobre la recompensa en esta vida, no podía sostenerse por mucho tiempo, pues la experiencia nos enseña que no todos los justos son recompensados en esta vida: hay muchas personas nobles y justas que sufren toda clase de males, que incluso pierden la vida de la manera más cruenta; por otra parte, hay muchas personas perversas que cometen toda clase de maldades y la justicia humana no les alcanza y mueren sin pagar sus crímenes. No es verdad, como muchos piensan, que “en esta vida todo se paga”. Ante esta cruda realidad, ya a finales del Antiguo Testamento, como hemos explicado en otras columnas, se comienza a abrir paso la tesis de una retribución ultraterrena, es decir: se abren a la fe y esperanza en la resurrección y la justicia divina, en la cual los malvados son arrojados de la presencia de Dios y los justos reciben la recompensa eterna. Es en el Nuevo Testamento que se llega con claridad a la fe en la resurrección y se resuelve, de ese modo, el tema de la retribución.

En el Evangelio se nos pone de relieve el sentido del sufrimiento redentor (Cf., Mc 9, 31-35). Jesús es el Mesías sufriente que anuncia el camino de la cruz, encarnando la figura del Siervo Sufriente del cual nos habla Isaías (Cf., Is 50, 4-9a). Jesús anuncia su Pasión, muerte y resurrección: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» (Mc 9, 31); pero los discípulos- relata el Evangelista – «no entendían lo que les decía y temían preguntarle» (Mc, 9, 32). Los discípulos no entendieron el anuncio de la Pasión, no podían aceptar la idea de un Mesías sufriente, eso rompía todos sus esquemas mentales; por otra parte, quizá preferían no entender, o tenían miedo también de ser arrastrados al camino de la cruz en su seguimiento al maestro. Mientras que Jesús les hablaba de la inminencia de la muerte en cruz, los discípulos discutían entre sí sobre “quién sería el más importante” en el Reino de los cielos. Solo después de la resurrección los discípulos pudieron comprender el sentido de la Pasión y Muerte del Señor.

Hay que aclarar que Dios no envió a su hijo al mundo para que lo mataran, en ese sentido Dios no podía querer que su hijo sufriera la muerte humillante en la cruz. Tampoco Jesús, como dice L. Dufour, buscó la muerte por sí misma por muy salvífica que fuera; Jesús, sencillamente, quiso ser fiel hasta el final, prefiriendo ser víctima de la injusticia de los hombres. Jesús no anunció de entrada que iba a morir en la cruz para salvarnos. Jesús comenzó su misión anunciando el Reino de Dios; solo cuando experimentó el rechazo de los hombres a su predicación consideró que se enfrentaba a la posibilidad real de sufrir una condena a muerte en la cruz. Jesús nunca buscó el sufrimiento por sí mismo, Él quiso ser fiel a su misión; pero, cuando por el pecado de los hombres fue empujado a la muerte, Él la asumió libremente. Jesús prefirió asumir la muerte en cruz como consecuencia de su fidelidad al Padre. No rehuyó la muerte, sino que la enfrentó, y con esa muerte en cruz nos libró de la muerte eterna.

El dolor, el sufrimiento de los inocentes no pueden ser racionalizados, no pueden ser comprendidos a la luz de la razón humana, solo desde la fe y esperanza podemos encontrarle un sentido y significado a nuestro sufrimiento, desde la perspectiva de la cruz, desde la invitación de Jesús de seguirle cargando con nuestra cruz de cada día. Cuando el creyente tiene la clara convicción que el Señor le acompaña, que no le deja solo con la cruz, entonces tiene la fortaleza necesaria para no desmayar. Sin la fe y esperanza el sufrimiento es irracional, inaceptable.