Si Escuchas Su Voz

Escuchar con el Corazón

Posted

Como es de conocimiento público, el domingo 10 de octubre del año 2021, el papa Francisco aperturó la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos con el tema “Por una Iglesia sinodal: Comunión, participación y misión”. En la homilía de apertura, a partir de la lectura del Evangelio de ese domingo (Cf., Mc 10, 17-30), en el que se nos relata el episodio del “Joven rico” (Mc 10, 17-22), el Papa centró su reflexión en tres verbos: Encontrar, escuchar y discernir. En el relato evangélico se nos dice del “encuentro” de Jesús con un joven que se le acercó para preguntarle “¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna”? (Mc 10, 17). Jesús “escucha” sin prisas a su interlocutor, lo invita a “discernir” y encontrar su propia respuesta; le propone dar un paso más radical: despojarse de todos los bienes materiales, dárselo a los pobres y seguirle. El Evangelio relata que aquel hombre no fue capaz de dar ese paso “porque tenía muchos bienes” (Mc 10, 22). En varios pasajes del Evangelio Jesús nos advierte del peligro de las riquezas.

Hacer sínodo—dice el Papa en su homilía—“significa caminar juntos en la misma dirección. Miremos a Jesús, que en primer lugar encontró en el camino al hombre rico, después escuchó sus preguntas y finalmente lo ayudó a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Encontrar, escuchar, discernir: tres verbos del Sínodo en los que quisiera detenerme” (Homilía del papa Francisco en la misa de apertura del Sínodo de los obispos. Vaticano 10 de octubre de 2021). En esta columna no pretendemos resumir lo dicho por el Papa en su homilía sino destacar el sentido de la “escucha”, lo que el Papa llama “Escuchar con el corazón”.

En otra columna hemos explicado la diferencia entre “oír” y “escuchar”; verbos que no son sinónimos. Para oír basta tener sano nuestro órgano auditivo, lo cual nos permite captar sonidos a determinados decibelios. El oír es un acto natural, común a otras especies. De hecho, hay especies que tienen mucho más desarrollado o agudizado el sentido auditivo. El acto de “oír” no necesita de la voluntariedad del sujeto. Se oye simplemente porque hay sonido audible (un ruido, una voz, un grito, etc.,). En cambio, el verbo “escuchar” tiene otra connotación, implica un acto voluntario del hombre; es necesario querer escuchar. Para escuchar se necesita, obviamente, tener el sentido auditivo activo; pero, eso no es suficiente. Podríamos decir que “oímos con los oídos y escuchamos con el corazón”. El corazón simboliza la persona en su interioridad. La escucha se da entre personas que se encuentran. Escuchar al otro implica reconocerlo como persona, implica también un conjunto de actitudes humanas positivas, tener la empatía.

La sordera hay que enfocarla desde dos perspectivas. Hay una sordera como incapacidad física para oír, incapacidad innata o adquirida. Hay, pues, sordos de nacimiento, y personas que adquieren la sordera. Hay, por otra parte, una “sordera voluntaria”, elegida por la persona; se trata de aquellos que no quieren escuchar al otro, aun teniendo perfectamente sano el órgano auditivo. En ese sentido hay gente que “oye sin escuchar”, como el que “mira sin ver”. Es la ceguera y sordera del corazón del hombre. Cuando se tiene la mente embotada y el corazón endurecido no se es capaz de ver y oír más allá de nuestros sentidos externos. En ese sentido, “no hay peor sordo que el que no quiere escuchar”. El profeta Ezequiel dice: “Tienen ojos para ver y no ven, oídos par oír y no oyen…” (Ez 12, 2; Cf., Jr 5, 21). Algunas discapacidades de origen físico pueden ser curadas por los médicos especialistas; pero no los males que tienen su origen en el “corazón del hombre”. Los Evangelios nos relatan varios casos de curaciones de ciegos y sordos, como cumplimiento de los signos mesiánicos anunciados en el Antiguo Testamento (Cf., Is 35, 5-6; Lc 7, 22; Mc 7, 31-37). Esas curaciones, o milagros obrados por Jesús, tienen también otra significación: son señales que corroboran que Jesús es el Mesías, son signos liberadores del hombre. En varias ocasiones Jesús echa en cara a sus contemporáneos por la ceguera y sordera espiritual. Recogiendo las palabras de Jeremías dice: “¿Es que tienen la mente embotada?”, ¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen?” (Mc 8, 18). No escuchar la voz de Dios es una consecuencia del endurecimiento del corazón. No escuchar al otro es no querer aceptarlo como persona y evitar su encuentro.

El papa Francisco nos invita a aprender a escuchar al otro, siguiendo el ejemplo de Jesús. “En el Evangelio abundan encuentros con Cristo que reaniman y curan. Jesús no tenía prisa, no miraba el reloj para terminar rápido el encuentro. Siempre estaba al servicio de la persona que encontraba, para escucharla” (Homilía en la apertura del Sínodo, 2021). Comentando el pasaje evangélico del joven rico, el Papa nos dice que “un verdadero encuentro sólo nace de la escucha. Jesús, en efecto, se puso a escuchar la pregunta de aquel hombre y su inquietud religiosa y existencial. No dio una respuesta formal, no ofreció una solución prefabricada, no fingió responder con amabilidad sólo para librarse de él y continuar su camino. Simplemente lo escuchó. Todo el tiempo que fue necesario lo escuchó sin prisa” (Homilía de apertura del Sínodo, 2021). Hay que subrayar esa actitud de Jesús de escuchar sin prisas, “todo el tiempo que sea necesario”. Lo más importante, como bien señala el papa Francisco es que “Jesús no tiene miedo de escucharlo con el corazón y no solo con los oídos” ¿Qué significa esto? Se trata de una escucha amorosa, sin formalismos, orientándolo en la búsqueda de Dios, atrayéndolo hacia sí con pleno respeto de su libertad. Jesús lo trata con cariño. “Cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar la propia experiencia de vida y el propio camino espiritual” (Homilía de apertura del Sínodo, 2021).

El Papa, seguidamente, nos exhorta a tener la actitud de Jesús, debiendo aprender a escucharnos mutuamente (obispos, sacerdotes, religiosos, laicos) con el corazón: “Preguntémonos, con sinceridad en este itinerario sinodal: ¿cómo estamos con la escucha? ¿Cómo va “el oído” de nuestro corazón? ¿Permitimos a las personas que se expresen, que caminen en la fe aun cuando tengan recorridos de vida difíciles, que contribuyan a la vida de la comunidad sin que se les pongan trabas, sin que sean rechazadas o juzgadas?” (Homilía de apertura del Sínodo, 2021). Pensamos que estamos muy lejos de acercarnos al modelo de Jesús. Con pena constatamos que hay pastores con recargadas agendas y que no tienen tiempo para escuchar a los fieles; y menos para salir a buscarlos en las periferias. Gastan largas horas en actividades que poco o nada tienen que ver con la acción evangelizadora. Un fiel común tiene que pedirles “audiencia” con muchos días de anticipación para ser recibido. Están pendientes del reloj; oyen, pero no escuchan. Hay también escaso tiempo y disponibilidad para atender confesiones. En definitiva, pensamos que, si se responde con sinceridad a la pregunta hecha por el Papa, se concluirá que debemos mejorar el oído del corazón.