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Hacia una Revaloración del Exorcismo

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Las causas de la crisis por las que atraviesa la práctica del exorcismo son muy variadas; entre ellas podemos mencionar una “mentalidad modernista” que ha logrado infiltrarse en la misma Iglesia, la misma que promueve la incredulidad sobre la existencia del demonio y su actuación en el mundo, atribuyendo fenómenos que en el pasado eran considerados como “posesiones demoníacas” a casos de enfermedades mentales que deben ser tratados por los psiquiatras. Por otra parte, persiste una mentalidad racionalista que pretende reducir la biblia a un conjunto mitos y leyendas, dejando escaso espacio para la fe.

Negar la existencia del demonio y de su actuación es contrario al mismo Evangelio. El demonio no es una leyenda, no es un mito, no es una “forma literaria” a la que se recurre en los evangelios; es una realidad que sigue actuando en el mundo. Hay que evitar, por otra parte, caer en el otro extremo, aquél marcado por la ingenuidad y la superstición, como pensar que son muy frecuentes las “posesiones demoniacas” que exija se realice el llamado “Exorcismo mayor”. El padre Amorth señalaba que realizaba entre 10 a 15 exorcismos diarios, y a lo largo de su vida realizó más de cien mil exorcismos. No podemos pensar que en todos esos casos se trataba de verdaderas “posesiones demoniacas”, pero tampoco podemos afirmar que en ningún caso se trató de “posesiones”. Hay que actuar con suma prudencia, pues la gran mayoría de los casos que muestran indicios de “posesiones demoníacas” no lo son. Recogemos al respecto la opinión de un reconocido exorcista, el padre Sante Babolín, quien “confirma que de los casos de personas que piden un ritual de liberación solo 2% son verdaderos casos de posesión diabólica, el 98% restante son casos psiquiátricos. (https://es.aleteia.org/2015/07/18/como-distinguir-entre-una-posesion-demoniaca-y-una-enfermedad-mental/). No hay estadísticas sobre el número real de “posesiones demoníacas”.

La “posesión demoniaca” no es la forma más común de actuación del demonio, hay otras numerosas formas de su actuación, como ha sido reconocido por connotados exorcistas, entre ellos el padre Amorth. El Catecismo enseña: “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (Cf. Mc 1, 25), de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (Cf., Mc 3, 15; 6, 17.13; 16, 17)” (Catecismo de la Iglesia Católica, N.°1673).

Hay que precisar que, según lo enseñado en el Catecismo, el exorcismo no solo se aplica para los casos de personas afectadas por el demonio sino también para la protección de objetos (cosas) y lugares donde se tiene suficientes indicios de la presencia del demonio. De ahí que se suele distinguir entre distintas formas de actuación del demonio sobre las personas y las cosas: infestaciones diabólicas, disturbios externos, vejaciones diabólicas, obsesiones interiores, la posesión diabólica, y la sujeción diabólica voluntaria. La más grave de todas es la “posesión demoniaca” pues comporta alguna forma de sometimiento por parte del demonio del cuerpo y el psiquismo de la víctima, afectando algunas de sus potencias intelectivas, mentales, afectivas y volitivas. Se diferencia de las “vejaciones diabólicas” que son formas que utiliza el demonio para disturbar o molestar a su víctima, son una especie de persecución. La vida de muchos santos está llena de relatos de vejaciones de las que fueron víctimas por parte del demonio. Evidentemente, en ese caso, el demonio no veja a sus “amigos” (que ya están con el demonio) sino a las personas que luchan contra él, que intentan llevar una vida santa. Las llamadas “obsesiones interiores” suelen estar frecuentemente asociadas a problemas de salud mental que no se deben descartar. De ahí la recomendación del Catecismo de la Iglesia, en el sentido que “es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia” (Catecismo, N.° 1673). El exorcismo tiene un propósito liberador, pertenece a los sacramentales de la Iglesia. “El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracia a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a la Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trate de una presencia del Maligno y no de una enfermedad” (Catecismo, N.° 1673). Está meridianamente claro que la Iglesia considera una realidad y no un mito o leyenda las posesiones demoníacas y el poder liberador que Cristo ha conferido a la Iglesia para luchar contra el demonio; y, en consecuencia: No cabe poner en tela de juicio la validez y vigencia del llamado exorcismo mayor para los casos muy particulares.

El exorcismo pertenece a un tipo de sacramentales, los mismos que “han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles para el hombre …Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión del agua vendida (que recuerda el bautismo)” (Catecismo, 1168). Sobre este punto es importante precisar que los sacramentales, a diferencia de los sacramentos, no obran ex opere operato (por la sola realización del rito con la intención de hacer lo que hace la Iglesia), sino ex opere operantis ecclesiae (por la acción mediadora de la Iglesia, teniendo en cuenta las disposiciones interiores). Las bendiciones pertenecen también a un tipo de sacramental.

Siendo el exorcismo mayor un tipo de sacramental no se puede exagerar, como lo hacen muchos exorcistas, en la materialidad del rito, en las fórmulas fijas. Se corre el riesgo de deslizarse a ciertas formas mágicas o supersticiosas, cuando, por ejemplo, se da excesiva importancia al uso de “medallas milagrosas” como si fueran talismanes, oraciones antiguas que se consideran “eficaces por sí mismas” como si fueran conjuros mágicos que tienen un poder por el solo hecho de pronunciarlas. Recordemos la praxis de Jesús descrita en los evangelios para expulsar demonios: “No imponía las manos, ni empleaba fórmulas mágicas, rituales u objetos religiosos. Reprendía a las fuerzas demoníacas, las dominaba y expulsaba o las mandaba a salir de los poseídos basándose en su propia autoridad” (Riemer, I. El milagro de las manos. Verbo Divino, Navarra 2011, p. 157). Obviamente, no pretendemos decir que la Iglesia no pueda, a través de los sacramentales, establecer determinados ritos, siempre que éstos no sean desnaturalizados.

Es importante destacar una forma de intervención diabólica que se está cobrando actualidad, es la llamada “sujeción diabólica voluntaria” vinculada a prácticas de ocultismo. En este caso es el propio individuo quien se acerca al demonio para “se devorado por él” a través de un pacto demoniaco (explícito o implícito). Es el propio sujeto que quiere libremente “entregar su alma al diablo”. En este caso, no se podría aplicar el exorcismo mayor, por cuanto que la “víctima” libremente no quiere ningún tipo de liberación, es plenamente consciente de haber optado por Satanás, quiere pertenecer a ese “reino tenebroso” de los poderes infernales.