Si Escuchas Su Voz

La Guerra como Derrota Frente a las Fuerzas del Mal

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La invasión de Rusia a Ucrania vuelve a poner en debate la cuestión de si puede justificarse alguna “intervención militar” en contra de otro país, bajo el argumento de la “seguridad nacional” del país interventor. La guerra, como enseña el magisterio de la Iglesia, nunca podrá ser una solución válida ni justa, sino que lo único que hará es “agregar nuevos factores de destrucción en el tejido de la sociedad nacional y universal” (Carta Encíclica Fratelli Tutti, 255). En su cuenta de Twitter, el papa Francisco ha publicado, en referencia a la guerra desatada por Rusia contra Ucrania: “¡Jamás la guerra! Piensen sobre todo en los niños, a quienes se les quita la esperanza de una vida digna: niños muertos, heridos, huérfanos; niños que tienen como juguetes residuos bélicos. ¡En nombre de Dios, deténganse!” (12 de marzo de 2022). ¿Escuchará Vladímir Putin el llamado del papa Francisco? Todo indica que no. Se seguirá sembrando más muerte y destrucción. La guerra seguirá siendo una amenaza real permanente para toda la humanidad. “La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos” (Fratelli Tutti, 256).

No obstante que el llamado del Papa sea considerado como una “voz que clama en el desierto”, desde el inicio de su pontificado el papa Francisco no ha dejado de expresar con toda claridad su total rechazo a la guerra y a la pena de muerte. El julio del año 2014, el Papa hacía un llamado urgente a la paz en la franja de Gaza, por la muerte de 160 palestinos como consecuencia de los bombardeos de Israel. El Papa se ha pronunciado en el mismo sentido en todos conflictos bélicos de diversas partes del mundo. Su pronunciamiento sobre la guerra contra Ucrania no es, pues, una excepción.

La principal preocupación del papa Francisco han sido los niños víctimas de las guerras: “niños muertos, niños heridos, niños mutilados, niños huérfanos, niños que tienen como juguetes residuos bélicos, niños que no saben sonreír ¡Deteneos por favor!” (27 de julio de 2014, después del ángelus dominical). El Twitter del 12 de marzo de 2022, reproduce ese llamado hecho en el año 2014. El Vaticano no ha dejado de interponer sus buenos oficios para la búsqueda de la paz. El cardenal Pietro Parolin declaró que resultaba “inaceptable” el bombardeo aéreo ruso contra el hospital materno-infantil de Mariúpol (Ucrania), que ocasionó muertos y heridos. A eso no se pude llamar “daños colaterales” de una “intervención militar”.

La guerra es expresión de la irracionalidad, una forma de negación de la fe en el Dios de la vida, expresión de un ateísmo práctico vinculado a una “cultura de la muerte”. La guerra como bien señalaba el filósofo Emmanuel Levinas, “suspende la moral”, anula los imperativos éticos. “La guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte irrisoria” (Levinas, E. Totalidad e Infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Sígueme, 4ta. Edic. Salamanca, 1997, p. 47). Levinas, de origen judío, vivió en carne propia las consecuencias de la segunda guerra mundial al ser confinado en un campo de concentración ¿Por qué la guerra es una “suspensión de la moral”? Porque en la guerra “todo vale” con la finalidad de derrotar a quien se considera enemigo, no se respetan códigos éticos. Por ello se mata a civiles indefensos, mujeres, niños, ancianos sin ninguna compasión. En la guerra sale a relucir lo más bajo de la condición humana. En definitiva: la guerra es expresión del triunfo de las fuerzas del mal; es la negación fáctica de la fe en Dios concretada en la negación del otro como hermano.

La guerra es siempre expresión de la insensatez humana. De ahí que resulta inaceptable que se la pretenda justificar. No hay guerras justas. Lo justo es, ciertamente, defenderse de alguien que te amenaza de muerte, de manera real e inminente. No hay ningún mandato que imponga “dejarse matar” pudiendo evitarlo. Por otra parte, no hay ninguna obligación moral de obedecer órdenes militares que disponen matar a inocentes e indefensos. La guerra tampoco es un asunto que solo cometa a dos países, sino que afecta directa o indirectamente a todos, a la paz mundial. Actualmente – nos dice el papa Francisco– vivimos “una guerra mundial a pedazos”, “porque los destinos de los países están fuertemente conectados entre ellos en el escenario mundial” (Fratelli Tutti, 259). La guerra tiene impactos en la economía mundial, como se demuestra una vez más en el caso de la invasión a Ucrania.

No se puede escapar al poder destructivo de la guerra. “Como en la guerra moderna, en todas las guerras las armas se vuelven contra quien las detenta. Es imposible alejarse del orden que ella instaura” (Levinas, E. Totalidad e Infinito, O. Cit., p. 48). En ninguna guerra habrá vencedores. Rusia no ganará esta guerra; pues, ganar una guerra no significa destruir u ocupar militarmente un país, someterlo por la fuerza. “Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal” (Fratelli Tutti, 261). De ahí que la ONU y otros organismos internacionales no pueden permanecer como meros expectantes de un conflicto bélico. Se debe aplicar la Carta de las Naciones Unidas. La comunidad internacional tiene que actuar de manera conjunta y tomar medidas duras y eficaces contra cualquier país agresor. Las sanciones económicas pueden contribuir para disuadir al agresor. Todos los países civilizados del mundo deben hacer causa común para aislar a un país que opta por la guerra.

Repugna a la conciencia ética que haya personas y organizaciones que justifiquen una guerra. De ahí que, por ejemplo, no puede ser aceptable que el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill, apoye la invasión de Ucrania, pretendiendo justificar la llamada “intervención militar” de Rusia, sabiendo que dicha intervención conlleva una secuela de muerte y destrucción. Hay, por otra parte, una abierta manipulación del lenguaje con fines políticos e ideológicos, uso de eufemismos para enmarcar la trágica realidad de la guerra. En el caso de la guerra desatada por Putin, el presidente ruso habla de “intervención militar especial” para “mantener la paz”, para “desnazificar” a Ucrania. Se presenta al país que se va a invadir como una amenaza a la seguridad nacional del país invasor. Se pretende imponer una “paz”, un “alto al fuego”, bajo amenaza de continuar con los bombardeos. Para los promotores de la guerra, la paz no es el producto de la justicia, sino de la imposición de la fuerza de las armas. Pero, como bien dice el papa Francisco, “no nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados como ‘daños colaterales’. Preguntemos a las víctimas” (Fratelli Tutti, 261). Ellas nos dirían: ¡Nunca más la guerra!