Si Escuchas Su Voz

La Pasión por el Señor

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En el primer libro de los reyes, se nos narra el episodio de un encuentro del Profeta Elías con el Señor (Cf., 1Re 19, 9-14). Para comentar ese pasaje, es necesario antes ubicarse en el contexto histórico en que vive el profeta, la misión que desplegó y las consecuencias de la fidelidad a su vocación.

Elías vivió en el siglo IX antes de Cristo. Realiza su ministerio profético cuando reinaba Ajab, hijo de Omrí, en el reino de Israel, entre los años 874 a 853 A. C. El rey Ajab se había apartado de la ley de Dios contaminándose con los cultos paganos. Se dice que Dios había enviado en la región una gran sequía, produciéndose una hambruna. Había en esos tiempos muchos sacerdotes de Baal (dios pagano) a quien le ofrecían sacrificios, mientras que escaseaban los profetas de Yahveh. Es entonces que el profeta Elías desafía a los sacerdotes de Baal; se presentó ante el pueblo y les dice: “¿Hasta cuándo van a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, síganle; si es Baal, síganle a este” (1Re 18, 21). El pueblo – dice el relato – no respondió. Elías dijo: “Me he quedado yo solo como profeta de Yahveh, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta” (1Re 18, 22). Elías les propuso un reto: preparar un sacrificio e invocar cada una de las partes (por una parte, el profeta Elías; y, por la otra parte, los profetas de Baal), luego ambos invocarían a su Dios para que haga descender fuego sobre la leña, y así se sabría quién es el Dios verdadero. Los profetas de Baal, aceptan el desafío; y, siguiendo sus rituales invocaron incansablemente a Baal, sin ninguna respuesta, mientras que Elías se burlaba de ellos. Después tocó el turno a Elías, quien además hizo mojar la leña varias veces; luego invocó a Yahveh, quien escuchó su plegaria e hizo descender el fuego que “devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas” (1Re 18, 38). Entonces, todo el pueblo que había visto el prodigio, “cayeron sobre su rostro y dijeron: Yahveh es Dios, Yahveh es Dios” (1Re 18, 39). Los falsos profetas de Baal fueron sacrificados por Elías.

Después de ese episodio Elías tuvo que huir, pues temía la venganza de Ajab y Jezabel (mujer del rey); su vida estaba en peligro. Elías se adentra en el desierto caminando hacia el monte Horeb. El profeta siente que sus fuerzas no le dan para más, siente el abandono de Dios, en una especie de depresión, al punto de desearse la muerte, se dirigió al Señor diciendo: “¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy más que mis padres!” (1Re 19, 4). En su travesía por el desierto, Elías fue ayudado por el ángel del Señor, proveyéndole alimento y agua; caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb. Allí encontró una cueva y se refugió en ella. Entonces, según el relato, escuchó la palabra del Señor que le dijo: “¿Qué haces aquí Elías?” El respondió: “Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo solo yo y buscan mi vida para quitármela” (1Re 19, 10). El Señor le dice que salga de la cueva para ir a su encuentro. Elías se pone en actitud de espera, para ese encuentro con Yahveh. En seguida se produce un gran huracán, pero “el Señor no estaba en el huracán”; después se produce un gran temblor, pero “el Señor no estaba en el temblor. “Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: “¿Qué haces aquí Elías?” (1Re 19, 12-13). De nuevo Elías responde que lo mueve la pasión por el Señor, habiéndose quedado solo, amenazado de muerte, todo como consecuencia de su fidelidad a Dios y su palabra.

En todos los tiempos ha habido falsos profetas ¿Cómo distinguirlos de los verdaderos? Entendemos por “falso profeta” a aquél que se irroga una misión que no tiene, utilizando el engaño, la astucia, para vivir de ese oficio. En el Antiguo Testamento, uno de los criterios para discernir si es o no un verdadero profeta, era el cumplimiento de lo anunciado. Otro criterio es la persecución; pues los verdaderos profetas fueron perseguidos. En cumplimiento de su misión, tuvieron que enfrentar el rechazo cuando su mensaje iba en contra de un modo de pensar y obrar contrario al designio de Dios. Elías es uno de esos grandes profetas que experimentó la persecución por mantenerse fiel al Señor. Elías era un profeta apasionado, vehemente, que ardía en fuego por el Señor. Se enfrentó a todos los falsos profetas de su tiempo; no le importó quedarse solo. Cuestiona al pueblo por “cojear con los dos pies”, una expresión que, según algunos estudiosos de la biblia, haría referencia a “bailar para Yahveh y para Baal al mismo tiempo”; en el fondo, indica la insensatez de quienes cojean sin ser cojos, en el sentido de renunciar al camino recto con falsas motivaciones, o por dejarse llevar por intereses particulares que resultan contrarios con lo que Dios quiere. Como en tiempos de Elías, también hoy en día existen falsos profetas que mueven a la gente a rendir culto a Baal y a nuevos becerros de oro; es decir, aquellos que pervierten su conciencia para obrar el mal, que se inclinan ante nuevos dioses (el dinero, la fama, el poder, la vanagloria). Hay quienes se sorprenden que en el pasado se haya rendido culto a ídolos de piedra, pero no caen en la cuenta que en la actualidad hay nuevas formas de idolatría mucho más peligrosas y perversas. Toda forma de sustitución de Dios es idolatría. Considerar las cosas no como medios sino como fines es una forma de idolatría. No se puede, como decía Elías “cojear con los dos pies”, no se puede estar con Dios y el dinero.

La misión del profeta es una actividad de alto riesgo. El profeta experimenta la soledad, el abandono incluso de Dios. En ese aparente abandono de Dios, el Señor se manifiesta, le sale al encuentro, a veces hasta en el susurro de una brisa, como le sucedió al profeta Elías. Cuando el discípulo, seguidor del Señor, parece que las fuerzas lo abandonan, sintiéndose desfallecer, hasta desear incluso morir, diciendo como el profeta Elías: “¡Señor, ya basta!”, Dios lo provee del “agua viva” del “pan vivo bajado del cielo” para reparar sus fuerzas y seguir adelante. Dios se manifiesta también en el silencio, en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, en los encuentros con los otros, también en los sufrimientos. El verdadero discípulo del Señor no puede dejar de ser un “apasionado” que se entrega totalmente a la misión sin echar cálculos, con la plena convicción que Dios no lo abandona, aun cuando experimente los abandonos.