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Religión, Fe y Superstición

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Toda religión presupone una fe y es, en el fondo, una búsqueda de Dios. La Carta a los Hebreos nos da una ‘definición’ de lo que es la fe: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1). La Iglesia nos enseña que la fe es necesaria para la salvación. “Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación” (Catecismo N.° 161). La fe es un acto libre de adhesión del hombre a Dios. Por la fe el hombre está llamado a confiar totalmente en Dios, abandonarse completamente a Él, “creer absolutamente lo que Él dice” (Cf. Catecismo N.° 150). Esto excluye, necesariamente, poner nuestra total confianza en realidades ajenas a Dios. La fe nos exige que “no debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo”(Catecismo N.° 178).

La fe es una gracia de Dios y, a la vez, un acto plenamente humano, una respuesta libre del hombre a la revelación divina. “Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios.” (Catecismo N.° 143). En la fe confluyen la libertad y la gracia. Es Dios quien toma la iniciativa moviendo, por la gracia, a la escucha y acogida de su palabra. “La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él.” (Catecismo N.° 153). “Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.” (Catecismo N.° 154); pero, al mismo tiempo, “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.” (Catecismo N.° 166). La gracia no limita, ni menos anula, la libertad humana sino que la potencia.

En las religiones históricas, en la praxis religiosa concreta, resulta a veces difícil establecer una clara línea divisoria entre las verdaderas creencias y la superstición, con frecuencia las encontramos mezcladas entre sí. De ahí que surja la necesidad de establecer algún criterio de demarcación entre fe y superstición. En general, podemos decir que una creencia es supersticiosa cuando se funda más en el temor y la ignorancia, o donde la magia busca desplazar al auténtico espíritu religioso. La superstición, pues es una forma de alienación, de deformación religiosa. En ese sentido el Catecismo nos dice: “La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (Catecismo N.° 2111).

Idolatría, magia, superstición, no pertenecen a un estadio primitivo de la humanidad, sino que son tendencias que están presentes en todos los tiempos. Son una tentación permanente que desvirtúa el verdadero sentido de la religión y la fe. La superstición va unidad al temor, la inseguridad, y adquiere múltiples formas de manifestación. El hombre se siente constantemente amenazado, no puede controlar su futuro, ante el cual siente temor; pretende exorcizar sus miedos a través de un conjunto de rituales, cábalas. Mientras que el acto auténticamente religioso supone la confianza total en Dios y a sus designios, la superstición es manifestación de inseguridad, desconfianza en Dios. “El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión. La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión. La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión” (Catecismo N.° 2110). El hombre de fe recurre a Dios para vencer sus miedos e incertidumbres, el hombre supersticioso recurre a la magia en busca de seguridad.

El hombre supersticioso busca combatir sus miedos existenciales con acciones, palabras y gestos rituales a los cuales da un poder mágico. Muchos de sus temores provienen, sobre todo, de lo incierto del futuro; por ello, se pretende desvelar el misterio de los sucesos futuros recurriendo a lectura de las cartas (cartomancia), lectura de las manos (quiromancia), los horóscopos, etc. Los medios a través de los cuales se busca alcanzar la seguridad y la protección contra todo tipo de males son muy variados: cadenas de cartas que se deben transmitir fielmente, oraciones famosas que se deben rezar determinada cantidad de veces, objetos benéficos, talismanes o amuletos, etc. También se cree en la eficacia de determinados números cabalísticos o de ciertos símbolos y signos, se piensa que hay días de suerte y de desgracia; maleficios, hechizos, etc. Algunas personas se sienten portadoras de poderes especiales, capaces de resolver todos los problemas y toda clase de males; por eso, mucha gente acude a ellas en busca de sanación de males desconocidos, para alcanzar sus más deseados anhelos: fortuna, amor, etc. También se cree que hay personas poseedoras de poderes maléficos capaces de producir todo tipo de desgracias al enemigo, incluso la muerte. Brujas y hechiceros están presentes prácticamente en todas las grandes ciudades y hasta en pequeños pueblos. Todo eso no tiene ninguna racionalidad ni fundamento científico, son la expresión de esos miedos existenciales que acechan al hombre.

El Catecismo de la Iglesia proscribe toda forma de superstición, adivinación, magia, espiritismo, hechicería, invitando al creyente a reafirmar su fe en el único Dios verdadero, confiando totalmente en Él. “La actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto.” (Catecismo N.° 2115); lo cual no significa, obviamente, que no tengamos que tomar, responsablemente, previsiones ante el futuro. Los católicos no deben consultar horóscopos, practicar la quiromancia, cartomancia o cualquier forma de adivinación del futuro, pues todas esas prácticas atentan contra el verdadero sentido de la religión y la fe, “están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.” (Catecismo N.° 2116). Nuestra fe y esperanza en el Señor deben ser suficientes para vencer el miedo, la angustia, la incertidumbre ante el futuro. Debemos buscar respuestas en la misma Palabra de Dios meditándola asiduamente.

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